-¿Qué es eso que querías ser a los doce años y no conseguiste?
Yo quería ser Mick Jagger…

Mi amiga L. me regala este fragmento de conversación ajena en nuestra cita postvacacional. Al parecer, me explica, somos deudores de lo que quisimos ser a esa edad fronteriza entre la infancia y la adolescencia. La felicidad tiene bastante que ver con los anhelos cumplidos. La frustración de eso que soñamos a los doce puede ser lo que explique nuestra conversión en adultos insatisfechos a los que la vida se les hace bola.

A los doce años yo quería ser escritora. Como Jo March, mi heroína de “Mujercitas”. Soñaba con un ático muy revuelto lleno de trastos inspiradores. Me pondría, como ella, un sombrero terminado en una pluma y escribiría con el tintero a mi derecha y un papel de trama vegetal, grueso y beige. Afuera haría frío, un frío polar, y la nieve me regalaría las huellas y el crujido de los pasos de quienes pasaran bajo mi ventana arrastrando largos vestidos de franela. The End.

Gracias a Louisa May Alcott relaciono frío y escritura. Si fuera Mick Jagger pensaría que la heroína te mata o te garantiza la eterna juventud. Pero si te crees Jo March tus previsiones más rockeras auguran que encontrarás a un hombre tranquilo cuando menos te lo esperes (el profesor alemán, en la novela),  que te llevará a tu casa el primer ejemplar de tu novela y lo celebraréis con un vino delante de una salamandra con música de Bach.

Jo March y su profesor alemán

Claro que si eres Mick Jagger, prepárate a saltar de loba en loba, a retozar entre los brazos de mujeres que buscan un billete al paraíso de tu pelvis ida y vuelta.  Un frenesí mareante pero sexy en términos de relato. Una foto de portada. Una cama forrada de billetes con la efigie de Su Majestad.

Jo March nunca será rica, asumámoslo, pero en un momento de su vida sabrá que ha encontrado lo que buscaba. Mick Jagger correrá 30 kilómetros diarios y se cambiará la sangre cada dos por tres porque es un mito y ya no puede renunciar al personaje. Seguirá subiendo al escenario y pegará saltos de ¿Satisfaction? mientras se pregunta cuándo acabará la venganza del destino para ejercer al fin de abuelo que lee un libro y pasea por un jardín inglés y salvaje, liberado de la servidumbre del rock y de los jeans apretados. 

A los doce años soñar es gratis. A los cuarenta, frustrarse sale caro. 

P.D. Mi adolescente a los doce años quería ser “médico de día y cantante de noche”. A Minichuki le queda un año para decidir su destino. De momento sueña con ser galáctica del fútbol. Habrá que estar atentos.