En Valencia han puesto faldas a los semáforos para celebrar el Día de la Mujer Trabajadora. Así, cuando crucemos, las chicas sentiremos que el mundo es más igualitario y nos dará un subidón de empoderamiento, ese término atroz que está de moda y no frecuento porque no me da la gana, porque me sugiere una hinchazón general, un edema que revienta como un globo tras un leve pinchazo. Y será en pleno cruce, y se nos subirán las faldas como a Marilynes sin tinte y sin glamour y enseñaremos rodillas y muslos sin recato. O lencería práctica, desprovista de blondas y de encajes, desgastada y amable, nada sexy; esa que no tiramos las mujeres porque resulta cómoda y abriga como un jersey de bolas que entiende los escorzos de tu cuerpo y de tu desolación.

Cuando nos quieren dar un caramelillo para que nos callemos, a veces se inventan palabras. Algo que nombre lo que no tiene nombre, o que sugiera una realidad intangible, inasible, difusa o directamente holográmica. El volumen de un sustantivo. Hay palabras que ocupan tres o cuatro habitaciones, y palabras que te expulsan de la sala de juntas del consejo de administración. “Las señoras pueden ausentarse de clase mañana”, les decían a las primeras estudiantes de Farmacia, hace casi un siglo, cuando tocaban temas referentes a la reproducción. Esa anécdota me la contó una amiga cuya vetusta abuela regentaba una farmacia en el barrio de Salamanca y se negaba, por cierto, a despachar condones. Además, cuando alguien iba a comprar somníferos -con receta, desde luego- ella musitaba un “yo duermo estupendamente, tengo la conciencia muy tranquila” enjuiciador que marcaba la talla moral de la señora frente a la miseria del pobre maldormido. Imagino que la buena mujer, a quien recuerdo siempre enjuta, con mueca adusta y moño blanco poco poblado, tampoco vendía píldoras anticonceptivas.

La libertad sexual, esa bandera, dio cuatro pasos de gigante con la treta química que nos permitía decidir qué hacer con nuestro cuerpo, al tiempo que provocaba bajada contundente de la líbido, problemas circulatorios y un listado disuasorio de efectos secundarios y contraindicaciones que se ha ido aminorando con las décadas y el progreso de la investigación en laboratorios; pero conozco a quien al ir a solicitar la píldora del día después, hace ya algunos años,  tuvo que vérselas con un médico de la Santa Inquisición que la trató como una descerebrada demasiado propensa a bajarse las bragas.

Los estudios que se hacen sobre lo que piensan los adolescentes, los universitarios veinteañeros,  sugieren que a las chicas que expresan sus deseos con cierta libertad aún se las tacha de putas o lindezas similares, y una mujer pública sigue siendo diferente a un hombre público, por mucho que la RAE haya intervenido con sus guantes blancos de seda. Ella frecuenta un polígono industrial, un callejón sombrío; él se aloja en hoteles cinco estrellas y lo llaman de usted, muy señor mío.

No abundaré en el discurso sabido, ya he caído bastante. Soy mujer y soy trabajadora. Tengo hijas, tengo jefa. Soy muy privilegiada. Tengo la libertad de hacer y deshacer, de hincharme y desincharme. De cruzar por el medio de la calle si me arrastra un rebelde amoroso y militante; de desfilar como un ejército armado hasta los dientes cuando suenan cornetas en mi cabeza. Tengo más amigas que amigos, y formo parte de un grupo de lideresas, perdón por el palabro, que me inspiran y asombran con su ejemplo. Que son buenas personas, optimistas vitales  y listas como el hambre. Que mandan y deciden, que no van de jefazas ni ponen sus ovarios encima de la mesa.

“Las mujeres sois las peores enemigas de vosotras mismas“, hemos oído siempre. Y también, me parece, las mejores amigas, y las más solidarias. Las más cálidas y confidentes. Podría elaborar ahora mismo una lista con todas las mujeres que iluminan mi vida y la rescatan, que me llevan en volandas y me siguen la fiesta cuando hay fiesta. Mis amigas de la universidad, algunas del colegio. Mi M.J, mi L, mi C, mi F., mi A, mi B, mi M… Mi diccionario entero. Las amigas que fueron, también las que vendrán. Mi hermana, desde luego, optimista y genial. Mis queridas cuñadas. Mis compañeras de trabajo, a las que siento más que compañeras… Mi ángel de la guarda, que es mujer y es guerrera. Y lleva pantalones casi siempre.