Una mujer, profesional solvente mientras no se demuestre lo contrario. Desastrosa ama de casa. Madre en observación (justita de empeño y asumida sin dramas). Se levanta un jueves sin cargas y con la anotación “día libre” en el almanaque. El corazón invadido de campanas que tañen al son de su risa. Y fingiendo ser diligente prepara el desayuno a su  pequeña: tortilla de dos huevos casi perfecta, compacta, desprovista de rebabas. Después se arregla y sale de estampida a ese Día de la Marmota que es el Carrera del Colegio. Un evento que cada año se repite al milímetro y que cada año es alegría y emoción.

Ayer, mi hija pequeña (“soy la mediana, que ya dejé de ser pequeña hace mucho…”) quedó campeona en la carrera de resistencia. Y la madre imperfecta gritó desde las vallas, como siempre, y se emborrachó de orgullo cuando la vio llegar, como un rayo bombeando furia y determinación, a enfilar la recta final hacia la meta. Crecida tres palmos, un milagro.

Pero antes un padre a su hijo, a punto de participar en su categoría: “Oye, no vayas a romper la barrera del sonido, que no estamos preparados”.

Luego fueron besos, aplausos, liturgia de éxito y adrenalina. Y comida en familia, con ese padre bueno al que los años atemperan y da gusto. Y siesta de sofá. (Bendito día libre que se sabe finito y se devora como el último manjar del condenado).

Por la tarde solté el bastón de madre y fui a la presentación de “La Oculta”. El libro con el que el colombiano Héctor Abad ha roto el maleficio de un primer éxito que parecía no admitir comparaciones, “El olvido que seremos“. El salón de Casa de América era una iglesia, solemne y palaciega con esa Chandelier impresionante que desde mi sitio parecía -trucos de perspectiva- la gigantesca corona de un rey.

Para escribir bien hay que olvidarse de las palabras“. Recuerdo que apunté. El manierismo frente a la fluidez. La contención que se recrea en el exacto versus el vómito que brota y después ya puliremos. “El exceso de literatura nos distrae“.

Cuánta razón. Yo apuntaba como una alumna sedienta. Andrés Trapiello, ese hombre a quien suplanté en una cena aunque él no lo sabe, se definía como “poeta agropecuario” y pinchaba a su colega con preguntas sobre haciendas y familia. Y era poesía sin métrica. Dos hombres y un destino.

Héctor Abad

Uno sabe que es capaz de escribir malos libros…Y tiene una responsabilidad consigo mismo“, contaba Héctor Abad, y confesaba la noche en que le dijo a Vargas Llosa: “Odio lo que me sale“.  Y me pareció hermoso arrancar tan pequeño, tan desnudo. Y pensé en tantos bobos que escriben del tirón sintiéndose tan dioses. Y piensan que son buenos. Y a veces los publican. Y salen a la calle con cara de autor, autor. Y han perpetrado muertos de cementerio infame e iletrado. 

Y a la vuelta Madrid, tan casquivana, me ofreció tres caminos y elegí el de los libros. A esa hora límite en que las tiendas empiezan a cerrar y el vigilante te mira con cara de apremio. Y tú te enredas en los estantes, con el corazón acelerado cuando encuentras. Y eliges tres para esa noche. Puro sexo.

Y te los metes en la cama, ardiente y perfumada de Chanel.

1.“Por alguna extraña razón, nunca pensé que llegaría a los cuarenta años”. Milena Busquets. “También esto pasará“. Anagrama.

2.”Y ahora subo las escaleras, salgo a la terraza y siento el aire seco de la madrugada que limpia mi cara del entresueño producido por el alcohol y la hora tardía”. José Ovejero. “La Invención del amor”. Alfaguara. (Qué ganas te tenía, cuánto te he postergado).

3.“Cuando sonó el teléfono era una hora opaca de invierno en Nueva York, muy temprano. A esa hora solo llaman borrachos que se equivocan de número o familiares a dar malas noticias“. Héctor Abad. “La Oculta“. Alfaguara.

Y en esa orgía alborotada, aún hubo sitio para un cuarto, el mejor, que susurraba de lejos: “Ya atravesé las llamas cuando decidí llamarte para ese gin tonic”

Y no sé si he dormido. Quería que no terminara nunca como esas novias desean que el día de su boda no se acabe.

Y al despertar, la copa de triunfo de mi hija la mediana sobre la estantería. Y el calor de las letras, esperándome esta noche, para seguir lo nuestro y elegir entre tres. O todos juntos. Y esta banda sonora que ha despertado mi vigilia y comparto: