No sé qué es ser normal.

No soy rara, qué va, soy muy normal, pero no soporto tener una mano mojada y la otra no.

No soy normal como no soy insomne fija, pero puedo pasarme una noche ocasional, tic-tac tic-tac, espantando ideas torpes, desabridas, o escuchando colgados en la radio que viven en familias que dirán “era un tipo normal” cuando mate a una cabra o atropelle a una monja. 

No soy maniática, pero me irrito si me ponen antes el aceite que el vinagre en la ensalada. O si me invaden en la mesa con los codos. O se sorben los mocos por no ir a buscar un pañuelo.

Por lo demás, soy muy normal. Como casi todos.

Los fines de semana leo los periódicos del revés. Pero de lunes a viernes practico la ortodoxia y no permito que Espectáculos devore a Economía.

Soy, digo ser, tolerante, lo cual es muy normal entre los míos, pero no acepto cantamañanas, mentirosos y pasareuniones como animales de compañía.

(Y creo que siempre hay un vago para un descosido).

Soy normal pero pasadas las doce de la noche me invade el síndrome de Cenicienta y el síndrome del lobo al mismo tiempo, y noto que me salen los colmillos y que necesito irme a acostar. Y no miro a los príncipes ni les lanzo los botines por si acaso.

Soy sana, sociable, estructurada, pero sólo quedo con amigos, no invito a casa a un compromiso y no como nada que ponga light en la etiqueta, salvo la Coca-Cola. Por principios.

Y desconecto el teléfono, y entonces no estoy ni para mí, que ya es decir.

Soy, insisto,  absolutamente normal, pero no puedo acostarme más que en el lado derecho de la cama, de cualquier cama. Y me gusta ver la tele abrazada en el sofá. 

Soy tan normal que no creo que nadie vaya a rescatarme, pero por si acaso todos los días lanzo las trenzas que no tengo desde algún torreón perdido.

Un día raro un señor mayor de vieja escuela me dijo, después de una larga charla y un café: “Yo estoy solo, ¿y tú?”, y me pareció muy bien. Un cortejo muy sano. Muy normal.

Como no estaba sola, le dije que no. Amablemente. Pero no se me olvida tan delicado quite.

No me parecen normales los señores casados que tratan de ligarte, ya lo siento. Y siento que lo más normal en estos casos en ponerte en el lugar de su mujer.  Sea quien sea.

O, mejor aún, ponerte del lado de ti misma. Seas quien seas.

Soy tan normal que a menudo caigo en la vulgaridad más obstinada. Y trato de que no se note, y me dejo estar a oscuras. Y a oscuras como a veces palomitas a puñados. Eso tan, tan normal…

Alguna rara vez, en mi abrupta normalidad, se cuela un meteorito y los destroza todo. Y tiemblan los cimientos y la carne, y avanza el calendario y muere un mes, y otro mes, y pronto el año. Y no hay olvido. Y te dicen “normal, es lo normal”. Y te encoges de hombros y esperas justicia para el anormal que dio al botón equivocado.

Y un día decides dejar de matar insectos. Y dejar de fijarte en el escaparate equivocado. Y regalarte flores los domingos.

Y resulta muy normal ser tan normal. Y tan extraordinario.

Cuándo fue la última vez que…?