Mi querida Big-Bang:

A partir de ahora burlaré a la censura. Pienso escribir sobre asuntos blandos que las mentes enfermas interpreten a su manera. Tengo una reputación. Mi incursión en el mundo del porno ha resultado ser un desastre. Me faltan trayectoria, ambición, background…Lo mío es más Edelweiss, Edelweiss… Y como Julie Andrews no puede ser mi musa porque llevaba horribles faldas de campana por media pierna, ese largo que mata hasta a Kate Moss, debo trasladar mis cuarteles de invierno a otros territorios.

El de la consultoría sentimental, por ejemplo.”¿Cómo romper con alguien sin que le duela?” , me pregunta una amiga que confía en mi potencial. Negativo, chati. Si no duele lo mismo no se entera y tienes al tipo llamando a tu puerta al día siguiente como un perrillo lastimero. La ruptura es como la salida por la puerta grande de la plaza. Colorista, dramática, épica. Conozco a una tipejilla que plantó a su amor frente a un volcán. Hacía demasiado calor. A su vuelta fue sometida a un interrogatorio por la policía en forma de amigas despiadadas: “¿Seguro que no lo has tirado por el cráter, que tú eres muy tuya”… Naturalmente, meses después el amor volvió con la lava. Y hoy son felices. Lo que no se remata, reaparece. Y esas son leyes que valen para la física y el amor. El roto y el descosido.

En los primeros culebrones de los noventa recuerdo a una protagonista que rompía con la frase: “No tengo regreso”. Fascinante. Porque vale para el autobús, la menopausia y el camarero en una noche frenética de sábado. A otro amigo lo plantaron haciendo el signo de las tijerillas. Vulgaridad que vale lo mismo para cortar que para sugerir posturas lésbicas. El lenguaje de los signos está por mejorar, y me propongo asumir ese reto. Así estaré ocupada y no romperé cosas. Verbigracia: las cortinas de mi hotel rural hace sólo unos minutos.

Si has de romper, cúrratelo. Unos versos asonantes, una banda sonora del adiós, un desplante al pie de la escalera, como Rhett Butler a Scarlett. Sí, “Lo que el viento se llevó” es el perfecto manual del plantón. La película que ha inspirado a generaciones y que las modernas deberíamos revisitar de cuado en cuando, aunque no llevemos corsé pero sí la faja de las estrellas. Esa que se anuncia con el reclamo de largas alfombras rojas donde desfilan anoréxicas vestidas de Elie Saab.

El otro día me llegó la invitación. En otras palabras decía algo tan prometedor como esto: “Llegarás descolgona, saldrás de una pieza”. Y rauda se lo conté a L. y M.: “Chicas, bloquead vuestra agendas que esta tarde decimos adiós a la lorza”. No hubo respuesta. Las muy desdeñosas entendieron que insinuaba que sus carnes pedían a gritos una corsé. Y tuve que gritar: ¿Vamos a por la faja de los c————s o no, chitinas?”.

Para terminar: Si rompes con un novio, intenta no llevar la faja puesta. Es humillante que luego se lo cuente a sus colegas y el chascarrillo pase de generación en generación. Al final, nunca serás esa pérfida altiva que despeñó al amigo por el barranco, sino la chunga que llevaba faja para parecer delgada.

Y si algo hemos aprendido es que hay que cuidar el epitafio como el cutis, el modus operandi en un crimen  o los tobillos finos.