Una pareja no funciona de verdad hasta que acompasa sus maneras de dormir. En general, suele darse por sentado que el amor requiere un único colchón como el sumidero donde van a parar las borras del día y así nos lo cuentan las películas de Jennifer Aniston y el resto de las reinas rubias del romanticismo convencional. Pero una vez más la real life es otra cosa, y el amor verdadero consiste ya no tanto en la frecuencia y calidad del sexo con el paso de los años -que también- sino en que tu pareja sea sonámbula, como mi amiga C., y tú (su marido, M.) le sigas el rollo a las 3 a.m cuando a ella le da por vaciar un armario entre murmullos medio inteligibles. O que, en justa correspondencia, C. trague con el  Carrusel Deportivo de M. por mucho que el pinganillo esté en su sitio.

La imagen bucólica de dos en la cama es una falacia tan grande como la del sexo coreografiado, pero pocos se atreven a reconocer en voz alta que prefieren que corra el aire en la noche porque hay que perpetuar los cuentos o nos quedaremos en nada. Los románticos del abrazo somos los mismos maniáticos que necesitamos una almohada concreta y otra entre las rodillas, tapones en los oídos y aire fresco incluso a bajo cero. O sea, repicar y seguir la procesión. Los mismos que sentimos un placer hipertrófico el día del cambio de sábanas, y que abrimos el libro con somnolienta satisfación mientras estiramos la pierna hasta tocar la linde exterior de nuestra cama.

La Ratita Presumida

Hay quien no se acuesta, se amortaja. Quien pelea con furiosos e invisibles animales mitológicos hasta que encuentra la postura. Quien chasquea la lengua. Quien sueña en alto, quien se desgañita y, desde luego, quien ronca. Y después de la charla con gin tonic de anoche, entre amigos -todos exitosamente emparejados- me atrevería a sugerir que entre las primeras preguntas del cortejo estén siempre las que siguen:

1. Y tú, ¿cómo duermes?
2.¿A qué hora te acuestas? (la casuística de rupturas por desajustes horarios es inmensa)
3.¿Atuendo para dormir? (las clásicas preferimos para ellos el pantalón azul de algodón egipcio, nada de ropa interior o despelote)
4.¿Cuáles son los libros que tienes en la mesilla? (esto sí que es peliagudo, pero no insistiré en lo de siempre. Hay títulos que invitan a la desbandada y otros al orgasmo)
5.¿Algún fármaco inductor del sueño? (El orfidal man/woman tiende a ser anodino como amante, me temo. La química es lo que tiene)
6.¿Cuántas veces te levantas por la noche? Más de dos es peregrinación.
7.¿Cómo es tu humor al despertar? Del 1 al 10, siendo 1 “insoportable” y 10 “angelical”.
8.¿Me traerías el café a la cama por la mañana? (sin bollería, que las migas son casi peor que la arena de playa)

En realidad, este cuestionario no me lo he inventado yo. Se lo he copiado a la ratita del cuento “La Ratita Presumida”, que preguntaba coqueta a sus pretendientes: “¿Y por las noches qué harás?“. Mis hermanos y yo adorábamos este cuento que escuchábamos en un disco de vinilo, una y otra vez, ajenos a que llegaría una edad en la que hacer esa pregunta sería arriesgado. Pero lo interesante de la cuestión era que la Ratita se casaba con el que le respondía: “dormir y callar”. O sea, que la Ratita fue una moderna, una precursora de la pareja feliz. Esa que duerme satisfecha, quietecita, silenciosa y confiada en que cuando despierte él o ella estará allí, en su posición de partida, cerca o lejos, y su visión te dará calor y confianza. No se me ocurre nada más romántico, salvo el Nesspreso de después en la mesilla. ¿Y a vosotros?

P.D. Como fijo que no os he convencido, aquí os va un “sesudo” estudio de la Felicidad en Pareja según las posturas de dos en la cama.