.Adiís, 2019..Y casi sin darte cuenta el pensamiento, terco, libérrimo e indómito, ha ido haciendo balance del año que ya respira trabajoso y mira de reojo el tictac de un reloj que ahora se llama Alexa y vigila y registra sus yermos estertores. “Alexa, cuéntame un chiste malo y luego piérdete ”.
(Y digo yo…¿por qué Alexa no es Alex? ¿Qué mente perversa decidió que el mayordomo fuera mujer perpetuando el tópico adjetivo que une señora y servicial y enfermera y doncella obediente)

Alexa llegó en uno de esos camiones cargados de paquetes un Friday cualquiera que se llamaba Black -como el otro John Banville– y sólo unas semanas después vi con mis hijas la película de Ken Loach “Sorry we miss you” y me sentí desolada y culpable. Un hombre esclavizado que se mata repartiendo urgencias de gente como yo que lo quiere todo en 24 o 48 horas. Un desesperado que va en una furgoneta que pagará a plazos con dolor, sangre y orina que vierte en una botella por no perder el tiempo. Una mujer coraje que cuida ancianos con amor y dejará entre lágrimas que una de ellas le cepille el pelo en una de esas secuencias inolvidables que aúnan belleza y desesperación. Un hijo adolescente que coquetea con los antecedentes penales y vomita su rabia con esprays por las paredes sucias de su ciudad.Un jefe despiadado. Una niña muy lista y responsable que es la única esperanza de luz en esta historia negra y te aferras a ella mientras contienes la respiración. Alexa, sálvanos!

2019 fuiste frenético y voraz. El año del ruido y el año del hueso y la tierra. Paseos con Bronte a mi costado. Poca vida social, cero lamento. Inventarte un camino, ponerle un nombre nuevo a la tarjeta. Explorar sin GPS, resetear tu historia. Reír a carcajadas, dormir lo justo y necesario. Tirar de riñón, de pulmón o de páncreas a sabiendas. Sentirte satisfecha. Sentirte inquieta. Sentirme decidida. Bailar en otro idioma. Escribir poco, leer a trompicones. Desatender la casa y comprobar que tu hija mayor se ocupa y es adulta. Ponerte en sus manos. Aprender de los otros, con los otros, distintos más que nunca. Bajar algunos kilos, subir algunas ansias. Estar tan de ida que se te olvidó llenar de migajas los bolsillos, la confianza loca en el camino. Ojeras que se han quedado a vivir para siempre, dedos inquietos que encierran un relato que tiene vida propia y va saliendo. Mayeútica perdida.

2019, pienso bailar sobre tu tumba una zambra febril y desatada. No cabe ni un minuto extra en el partido. Diría que lo hice. Gracias por tanto. Toca llorar sin lágrimas tu fin, que no es más que el prólogo de otra epifanía. Ojalá 2020 no me deje dormir ni lamentarme. Y me permita sentir otra vez ese fuego de ida, desprovisto de miedo, resignación o nostalgia. Hágase en mí según tu palabra. Alexa, que te calles!