Mi querida Big-Bang:

Pienso pasarme todo el día metida en casa, con mis legañas, mi pijama desconjuntado de algodón orgánico y toneladas de café. Los días yonkis son los que ordenan nuestro caos, por acumulación de ponzoña. Pete Doherty lo sabía y compuso temazos mientras hacía graffitis salvajes en las paredes de su casa. A mí la vena hardchunga no me da tan tremenda. Me limito a abrir armarios y preguntarme: ¿Realmente te necesito? Si la respuesta es un no, o incluso un tibio sí, arramblo sin contemplaciones y tiro el contenido a la basura. Luego me premio con una mascarilla de semen de pantera y un rato de “Dos hombres y medio”, mi serie favorita para días de encefalograma justito.

Tampoco estoy al teléfono. Si acaso, finjo una voz cavernosa, como de mayordomo desmotivado, y digo un “la señora no se encuentra”, que es lo que dicen los mayordomos de las casas donde hay señora y retratos de Antonio de Felipe. En realidad, ahí no miento. No me encuentro. Y tampoco me busco demasiado. Creo que es un ejercicio inútil e innecesario cuando has decidido pasar un día yonki donde la máxima debería ser “laissez faire, laissez passer”.

Si acaso, guardaré los regalos que me han traído los Reyes. Todos menos el conjunto de pijama, neceser, bragüelas y suti con pingüinos, que me retrotrae a los 13 años. “No te has enterado, esto es porno manga, chitina”, me dijo mi hermano I., descojonado (con perdón) ante mi cara de estupor al abrir el pack de viciosilla sexynaif. Me consta que mi amiga invisible quiere enviarme un mensaje para que le dé un giro inesperado a mi vida sexual, pero ya puestos podía haber acompañado el kit de un disfraz de Lolita con trenzas y piruleta. Hay que rematar.

Entenderás que la abulia me impide escribir mucho más. Voy a cerrar el chiringuito y a arrastrar los pies hasta un lugar seguro donde no haya nada inspirador. Pete no aprobaría que hagamos terapia. Con un poco de suerte la cama sigue calentita y puedo rescatar algún sueño indolente y esquivo. O incluso la nada…