Claustro Monasterio de Silos

Sostiene John Berger en “The red tenda of Bologna” (Pinguin Modern. 1,25 euros!!!) que “Bolonia es una ciudad inverosímil, como una ciudad por la que caminaras después de muerto”. Una ciudad de toldos rojos -rojo tinta, precisa, con esa querencia del autor pintor a dibujar los espacios con colores y ligarlos de inmediato a un sentimiento.

Creo que las ciudades se muestran sólo para que el las ve y las pisa, y tratar de encontrarlas siguiendo los pasos o la retina de otro es un afán inútil. La mirada lo es todo. O casi todo. Ungida con los posos del recuerdo.

En los días pasados un cambio de planes repentino me llevó de vuelta a Santo Domingo de Silos. Un enclave castellano que fue escenario de mis primeros, y diría que únicos, campamentos de verano del colegio de monjas. Yo recordaba la enorme explanada de tierra donde fijábamos las tiendas tras un “larguísimo” periplo (así me lo parecía) por la carretera de Burgos que siempre hacía parada y fonda en el mesón Las Campanas. El citado mesón sigue ahí, agostado por la soberbia de una autovía que ya no le da bola. Yo ya no tengo trece, ni catorce ni quince años, pero espero la llegada al campamento azuzada por las telarañas del recuerdo, a veces tan esquivo y licencioso.

Éramos mi hermana y yo. El autobús ruidoso y polvoriento y yo vomitando. Antes, el tembleque de estómago que precede a la catástrofe. La bilis bajo el sol pegajoso de julio. El alivio después del bocadillo de tortilla en Las Campanas (hecho por mi madre, nada de gastos supérfluos). La llegada al fin a ese gigantesco sembrado de tiendas naranjas donde se nos pedía que claváramos una patata en el palo para esquivar los rayos. La algarabía de los vecinos, adolescentes como nosotras llegados de toda España. La música en los altavoces, toques de diana y de queda. El desayuno, pan algo correoso con mantequilla y leche manchada con café. Las duchas de cemento desnudo y las letrinas con olor a zotal.

Desfiladero de La Yecla (Santo Domingo de Silos)

Las marchas hacia Yecla, Salas de los Infantes…Mi primer vivac, la excitación bajo las estrellas y el frío del relente de mañana. El aseo justo, la libertad de salir de casa. El olor a zapatillas sudadas en la tienda y a sardinas en aceite volcado por descuido. Las tormentas salvajes de verano…Y una noche inundadas las tiendas que dormimos en la Iglesia del monasterio de Silos. El suelo frío y duro, el miedo de esos muros de piedra sin ornato.

El ciprés. El poema de Gerardo Diego  que aún recuerdas de memoria en sus inicios: “Enhiesto surtidor de sombra y sueño…”

Y hace unos días vuelves y no reconoces el pueblo e invocas al fantasma. Y recuerdas un bar porticado, y de pronto el lavadero cubierto es un puro flashback, un espejismo real, alborotado. Y avanzas el camino, dejando el muro del monasterio a tu derecha y a menos de cien metros encuentras la entrada al campamento. Algo deshilachada por el paso del tiempo. Dentro no hay ruidos, ni tiendas. Y te cuelas con Brönte, saltimbanqui entre las hierbas, y de pronto la explanada que creías inmensa es una superficie mediana. Y el puente sobre el río te descubre los baños, y era aquello, pero las dimensiones se alteran con el paso del tiempo. Y eso es hacerse mayor. Más que las primeras arrugas o la pesadez de espalda. Más que el sueño ligero o cierto escepticismo necesario.

Covarrubias, casas medievales

Y ayer no te fijaste, como ahora, en el prodigio inmenso del claustro de Silos. En sus bajorrelieves y en esos capiteles tejidos con delicadas formas. Ni recuerdas haber participado en las vísperas con los monjes entonando gregoriano, como hoy. La pura trascendencia que sustituye a la fe de Salvador Pániker que es la mía. Y de ahí al desfiladero de Yecla que entonces te parecía lejos y está a apenas media hora caminando al trote de nuestro perro.

Y luego a Covarrubias, trazado de casas medievales con las panzas de adobe. Y esa colegiata magnífica que encierra el imponente tríptico de Gil de Siloé, presuntamente. Y el paseo por el lomo del Arlanza, un río turbio que no espanta a bañistas. Un Benidorm desbordado de olor a chorizo recalentado al sol y a pieles grasas. El contraste servido, la huida necesaria.

A Soria, nuestro último destino. Al olmo seco y la iglesia donde Machado desposó a Leonor. Hoy estaría en la cárcel. 31 años él, 15 ella. ¿Pederastia poética?. Su lápida desnuda, sin concesiones en verso, en ese cementerio al que se llega atravesando plazas plagadas de terrazas donde pruebas torreznos y te arrodillarías en pura devoción. El Parque de Cervantes, con una pradera verde infinita y perfecta en la que dan ganas de zambullirse. Cerveza helada a la sombra de un castaño. El Duero con su solemnidad sombría y su puente de piedra. Un salto al monasterio de San Juan de Duero, inolvidable y bello con su claustro abierto al sol y tejido con ganchillo de hilo de piedra.

San Juan de Duero

Un viaje que es un chute de románico, de gótico temprano, de febril rococó… De ese Renacimiento que sepultó iglesias del siglo XI o XII, despiadado. Paseos infinitos y hotelitos sencillos pero más que correctos que admitieran mascotas. Carreteras al sol, como en aquel entonces. Y el tiempo recobrado y fugitivo del eterno verano de la infancia…

Algunas recomendaciones cheap&pet-friendly:

Este viaje no estaba previsto y buscamos alojamientos céntricos, con buenas valoraciones y baratos. A destinos con arte y paisaje, además de buena gastronomía. Sin sorpresas pero sin grandes dispendios. Llevaba años sin ir en plan de “estudiante” y ha sido un planazo que repetiré sin duda. Perfecto para los que hayáis vuelto de vacaciones con la VISA temblando y con ganas de más…por menos.

Covarrubias: El hotel rural Chindasvinto. Barato, céntrico, de habitación sencilla pero limpia y ¡¡¡desayuno de parador!!! Tortilla de patata deliciosa y recién hecha, zumo de naranja natural, embutidos ibéricos, repostería casera, bombones, café rico. Un lujo por apenas 44 euros (habitación doble). Pedir las que dan atrás, aunque las vistas no molen demasiado, para evitar el bullicio de la plaza.

Hotel Chindasvinto

Soria: Aunque seáis vegetarianos, no os marchéis sin probar los torreznos. Se hacen primero lentamente al horno y después un golpe de freidora. Acompañados por un Ribera del Duero o por cerveza helada. En la plaza de Herradores hay mil bares donde pedirlos. Tienen denominación de origen desde hace poco, nos contaron. Nada que ver con las fritangas que hayáis probado por ahí…

Hostal Viena: Llegas y te caes del susto ante el edificio. Respiras, subes y encuentras una habitación muy moderna, impecable, y con una de las camas más cómodas en las que he dormido nunca (incluyendo hoteles de cinco estrellas). Sugiero que pidáis la 34.

Santo Domingo de Silos: El hotel Silos 2000 parece un hostal de carretera ( y lo es). Pero… está muy limpio, tiene una terraza porticada magnífica, parking gratis para coche a la sombra, buenas vistas y cuesta…¡37 euros!