Ávida de un año que me invoca
despierto rodeada de abrazos y tras degollar una pesadilla, la
primera de año, que me obligó a detener la madrugada y a abrir a manotazos la
ventana para hacer hueco al hielo de un cierzo de navajas. El monte
nos llama a otro paseo, poderoso en su manto de rocío, y el olor
del café ya reverbera en el aire.
Barrido ha quedado el año Viejo,
pisoteado en un charco de la calle como una meretriz en temporada
alta de polvos y de lodos, y el folio en blanco del Nuevo que ya es me
saluda y provoca aún en la cama, apoyada en un manojo de almohadas y
con la luz de una lamparita escasa de poder, casi luciérnaga.

Volvimos a agruparnos a la cena en una
mesa de pin-pong forrada en rojo navideño, los platos desperdigados
sin orden ni concierto. Menú sorpresa, porque “esta familia -dijo
mi hermano A- no aguanta un excel ni un plan preestablecido”
. Y a
mí me encanta esa rebeldía que no cumplir más tradición que las
migas del pastor a mediodía y las uvas de noche y las funciones de
los niños de la casa. El Scrabble reñido. El baile agarrado de I.
con su hija. El karaoke loco con todas mis cuñadas. Los petardos,
estallido de color en este cielo ayer tan cuajado de estrellas que
sólo se desnuda y exhibe lejos de la ciudad y su soberbia. Y el
turno de esperanzas, una por cada voz: “Que cuando estemos peor
estemos por lo menos como ahora”.
Y de repente, en medio de la
boruca del ¿me pasas el aceite de oliva?, vi la mesa como si
estuviera sembrada en otros tiempos. En el tiempo todo, en la febril
recurrencia de lo irreal. Y tuve esta alegría de arroyo que los días
tristes parece imposible
” (Mastretta dixit).
Lo más excitante que pasa en este
pueblo -decíamos ayer, fundidos del brazo por la cuesta de la espina
central que trepa desde el fondo de este pueblo tan yermo hasta la
carretera- es que llegue el camión de la fruta y se plante en la
plaza.
También ofrece encurtidos a las mujeres que solo asoman el
rato del recado y pegan la hebra con cualquiera, pero una hebra
seca, monóloga y sin trama. Al poco, la acera se las vuelve a
tragar y ya no las verás hasta que el aliento del sol de las doce o
de la una destierre las perezas y espabile las ganas de un paseíllo
breve, casi trote.
Hay algo en este año que promete la
Luna. Los viajes, los proyectos escritos, el medio siglo que pronto
me caerá, sin sensación de vieja. Poderoso. Veloz. Ensimismado.
Conquistaremos Fez con las amigas de entonces, y luego una escapada
con mis hijas a ese puente de hierro preferido que separa dos orillas hermanas, y sin embargo tan distintas. Y así, a saltos de proyectos, vas engullendo el
tablero de la vida como un juego de la Oca, con todos los dados
agitados y deseando salud para gozarlo. Con esta alegría disparada,
y tan adolescente que noto que el acné me está brotando, y que debo
saltar ya de la cama que sólo hay un primer día del Año, y se me acaba.