“Probarlo todo, al modo de un crítico goloso, no es más que diletantismo; y veinte diletantes no valen lo que un solo artista. Hacer una sola cosa tiene más valor que comentar mil. Todo el follaje de un manzano no equivale a una manzana”. (Amiel. En torno al diario íntimo).

Anoche un hombre en mangas de camisa se repartía el poder a rugidos con los suyos sin haberlo catado todavía, y me pareció una insolencia chulesca que en el fondo era la fuga de las ganas. Al fin las verdaderas intenciones. El amor al poder no se crea ni se destruye, sólo irrumpe impetuoso como río en crecida.

La ambición. No he conocido a ningún ambicioso que disimule bien. En algún momento se le asoma un pico de la camisa por la bragueta. Es difícil contener lo incontenible. Fingir que nos importan los demás cuando sólo adoramos el santo de nuestra peana es un ejercicio de autocontrol que un día falla. Lo hago por tu bien, te dirán mientras se miran al espejo y se preguntan: ¿A que soy el más guapo, espejito mágico? Y antes de que responda el espejito se besan y se tocan en ese frenesí incontenible y furioso de los avaros del yo.

(Cuando más contemplo a los políticos, más creo en los domadores silenciosos de palabras. Una tarde con mis hombres en prosa es un planazo de viernes. Con la ventaja -maravilla- de que he aprendido a tolerar sus obsesiones como ellos toleran las mías. Amiel el onanista, SP el retroprogresivo. Amiel el misógino enfermizo. SP el seductor sin moralina).

Sus miedos a la deriva, destapando los míos. Y esa obstinacion de soledad que no se extingue.

Las Vegas cañí

Antes, comí con R. en un casino con olor a ambientador pasado de fecha. “Huele a Las Vegas”, sentenció. No sé a qué huele Las Vegas, a cerrado y a sexo, me imagino. A puticlub barato, a coche averiado en la cuneta con la radio que escupe música de ascensor. Nuestra mesa en lo alto, con vistas a las mesas de black jack. Mi amigo enamorado, que se tienta la ropa y que me cuenta. Y yo le dejo hablar y compruebo que ha dado un paso más en su determinación, y me alegro porque R es lo contrario a un político. No predica jamás, no pontifica. Contiene su talento. Se crece en el silencio y a veces se despista y lo has perdido. Y me alegran sus novedades, y ese rubor sin tono que provocan mis preguntas demasiado directas.

También se pierde U. que me cuenta riendo que estaba con su amigo de parranda y les dieron ganas de hacer pis: “Yo contra un árbol, él detrás de mí contra otro. No nos encontramos hasta el día siguiente, arrastrándonos por la casa como dos cucarachas con resaca”. Carcajadas.

Lara Izaguirre

Resaca o muerte. Un viernes de resaca que dura hasta la noche y te hace abjurar del pisco sour. Ese manjar de dioses. Y entonces te pones una peli española, con todas las cautelas. “Un Otoño sin Berlín”. Y notas que te gusta. Que es hermosa una historia con elipsis e incógnitas. Que no te cuenta todo, que te obliga a rellenar los huecos del pasado. Que se cuenta en silencio y con palabras desnudas. Una historia de amor nada sobada. Heridas sin curar, los miedos del regreso y esa pareja frágil tan en brumas que construyen Irene Escolar y Tamar Novas -dos ojos alumbrando un gran pesar-. Y una sencillez en el relato que te hace viajar a los adentros y las afueras, a estaciones de autobús desangeladas y supermercados de provincias. Y un guión más que digno, contundente (yo diría). Y es una historia triste con esa luz del Norte que adormece las ganas y da ganas de calentar el fuego y hacerse una infusión, los pies tan fríos.

Una manzana de las de Amiel. En medio de ese coro de diletantes que glosan el manzano. Me alegra que Irene Escolar opte al Goya a la mejor actriz revelación. Para mí lo ha sido, desde luego. Y también Lara Izaguirre, guionista y directora. Mis respetos, señora.