Mi amiga A. emplea el Lexatín para volar en los aviones, no porque tenga miedo a las alturas, sino a sí misma a 8000 metros. C, por su parte, hace uso del Myolastán para entrar en fase REM eterna cuando no puede más con su marido y sus hijos. Y mi Atarax es mano de santo en esas noches en las que cabeza y cuerpo van desacompasados y por libre. Las drogas contemporáneas se recetan en los centros de salud. El médico, diligente, extiende la receta y tú le miras con cara de no haber roto un plato y te llevas el botín a casa, dispuesta a hacer excitantes usos alternativos a los del prospecto.
De ahí que he pensado ofrecerme a los laboratorios médicos para la redacción del “prospecto B”, que vendrá a ser como la caja B de los negocios chungos (o sea, casi todos). Y ahí os va un ejemplo para que no dudéis de las posibilidades de esta mi iniciativa:
ATARAX: Pastillica alargada que se receta convencionalmente para las urticarias pero que podría ser extremadamente útil para los picores del alma, a saber: insomnio, prurito mental, decepción cósmica,verborrea… Tómese media si se pretende abrir el ojo por la mañana a una hora razonable, y una entera si persigue el efecto Janis Joplin en un día de furia. Efectos secundarios: Actividad onírica desbordante. Ejemplo: yo misma he soñado hoy que cambiaba de trabajo y en el nuevo la gente se bañaba en una piscina enorme con paredes de cristal a las once de la mañana. Yo llegaba con mi maletín y los miraba con cara contenida de furia, pero ellos fingían no verme, de manera que me pasaba el día sola en un despacho con una secretaria sordomuda que no me miraba a la cara. Juro que este era el sueño, y gracias al Atarax se ha quedado fijado en mi mente enferma, de modo que ahora podré utilizarlo como base de un relato kafkiano o para el próximo discurso del ministro de Trabajo sobre los recortes que vendrán: “A partir de hoy se cancelan las piscinas en centros de trabajo. Hemos comprobado que reducen el rendimiento en las empresas privadas, como El Corte Inglés anexo a los ministerios”.
Sí, los caminos del absurdo son laberínticos, y anoche, mirando las estrellas por si alguna Perseida se animaba a empezar la famosa lluvia, creí ver destellos de OVNIS en lo que otros veían aviones en vuelo trasnochado. Estábamos en el prado de casa, cenando con velas, y sumidos en un trance que ríete de los tripis de la generación sesentera. El mejor viaje empieza en la oscuridad, rodeados de una hierba muy fresca y con ricas viandas y vinos sobre la mesa. “Eso de ahí en un satélite”, dijo A. y fue duramente discutida cuando la pobre no se había metido un Lexatín (Amiplín, en el argot), pero me lo ofrecía insistente y por lo bajini porque dice que me encuentra “alterada”.
Así que hoy arranca mi vademécum serie B para drogatas hipócritas que no viajan a las Barranquillas pero se ponen ciegos de botiquín. Admito sugerencias siempre que estén científicamente probadas (es decir, que si usas Hemoal -la pomada para los hemorroides- para las patas de gallo y defiendes que funciona porque así lo han transmitido las top model de varias generaciones, deberás adjuntar fotos del antes y el después y un cutis terso, o de lo contrario será denegada la petición). ¿Que la Auxina te pone morena en enero? Pues imagen al canto y sin photoshop.
Por mi parte podría adjuntar una foto de mi cara ahora mismo, pero una tiene su reputación. Bastará con que os diga que pasan unos segundos desde que pienso hasta que mis dedos ejecutan, ataráxica perdida como me encuentro. Y con miedo a encontrarme cualquier día de estos con una piscina llena de vagos que no me oyen, que no me ven.