Moon Park. Jonathan Notario

En 1980 un norteamericano llamado Dennis Hope registró la luna a su nombre aprovechando un vacío legal y montó la empresa “Lunar Embassy” para la venta de parcelas lunares(www.lunarembassy.com). Ayer un artista desgarbado, en bermudas y con movimientos torpes llamado Jonathan Notario explicaba a un reducido grupo de críticos y a alguna intrusa su obra, un parque de atracciones recortables. Un juego de simulación que te hacía sonreir y reflexionar.

Detrás de él, enmarcados, sus títulos de propiedad del satélite más despistante para mí, que me pasé otra noche en una fiesta de amigos atisbando el movimiento frenético de la luna y sin que ningún invitado, en su mayoría de ciencias, me diera una explicación convincente a la burla del cielo. Mi hija, a mi lado, se bebía su primera cerveza delante de mí y me decía bajito: “Los artistas son distintos, ¿verdad? Me recuerdan a los personajes de The Big Bang Theory“.

-Bebe una y nada más.
-Mamá, ¡no seas pesada!
-Hubiera preferido que empezaras con esto del alcohol a los 43, como yo…

Y sí, los artistas son distintos. Pero esta generalidad tan imprecisa sería casi como decir: los políticos son mentirosos o las rubias son bobas. Creo que lo que quería decir mi hija era que ese hombre no era un vendemotos delante de su mercancía, como hubiera podido ser teniendo en cuenta que se enfrentaba a esos que iban a publicar con adjetivos. Sino un chico tímido tratando de poner palabras a su creación. Y su creación era genial. Y lo digo desde la ignorancia porque no soy crítica pero sí mirona. Y la visión de Jonathan me hizo pensar que el artista a menudo necesita a alguien que hable por él. Un médium. Porque no todos tienen el desparpajo (ni el olfato para el merchandising) de Jeff Koons, que ahora vive en el Guggenheim del Bilbao (con mi silencioso, magnético y admirado Richard Serra y cerca de Basquiat, también de paso),  y sin embargo las obras de Notario encierran mucha reflexión y muchas ganas de jugar.

Jonathan  es también el inventor de “Worker man” -“el muñeco que me sustituye en el trabajo mientras yo me dedico al arte”, decía ayer, y mi hija pegaba en su asombro otro sorbo a su Heineken con ese desafío que son los dieciocho. En la web de Jonathan Notario puede leerse esto:

Worker Man es el invento que a todos nos gustaría
tener: una réplica de nosotros mismos a tamaño real para colocarlo en
nuestro puesto de trabajo y hacer creer al jefe que estamos trabajando.
Ahora ya podrá dedicarse por entero a las cosas que le apasionan
realmente. Una replica exacta y customizable de uno mismo, ideal para
trabajos mecánicos y de oficina, en los que te pasas las horas sin
moverte del asiento.

Y lo que quería decir es obvio. Cuidado con la vida, que se te va sentado en una silla y un día no eres tú. Y quería gritar que hay que reclamar la identidad y marcharse al Retiro de paseo a la hora de comer. Y puede que quisiera decir -porque ayer estaba azorado y es parco en palabras- que vivir sin reflexionar por qué vivimos, por qué nos entregamos a una misión (lunar o terrestre) sin darle un sentido es una falta de sentido, un disparate. Y que hay que recuperar el juego porque en la infancia éramos nosotros antes de que las convenciones se apoderaran de nuestro cuerpo. Y que subirse a un parque de atracciones llamado “Reality Toys. Moon Park” es un desafío. Un retorno a la cordura a partir de una iniciativa disparatada que dejó a los abogados de Naciones Unidas en un pasmo del que aún no se han recuperado: Ningún Gobierno del Mundo tendría nunca potestad de propietario sobre la Luna.

Jonathan Notario. Indoor portraits


Los artistas son distintos, sí, mi querida I. Ningún gobierno puede ser dueño de nuestra capacidad de imaginar. Ayer, en el COAM, la galerista Blanca Soto reunió bajo el sugerente título “Deslocalización” la obra de un grupo de artistas que defendieron su genio como buenamente pudieron, en un forcejeo con las palabras que me pareció titánico. Blanca tuvo que arrastrarlos, literalmente, para que hablaran con nosotros. Ellos hubieran preferido desaparecerse. Mi hija y yo disfrutamos del enigma vegetal de Manuel Barbero, de las divertidas maquetas de Oscar Seco y de ese video “Sin noticias de interés”.  De la Entropía de Ruth Quirce.De la Onírica Molecular de Sergio Sotomayor. De los perrogallos de Miguel Ángel Fúnez o de la enigmática cabeza iluminada de Serzo.

Después cenamos en ese restaurante de moda del Colegio de Arquitectos y mi hija sentenció, blandiendo su trozo de pizza: “Qué planes tan buenos estamos haciendo, ¿eh mami? Y qué interesantes” Y me invadió ese hormigueo reconocible. Y me abaniqué con las palabras impresas de uno de los artistas, Manuel Barbero: “La tragedia está ligada a nuestra existencia. tarde o temprano vamos a vivir alguna tragedia. En soledad, con la mirada perdida en el pasado o en el futuro”.

Pero no iba a ser ayer. Ni mucho menos.