El Monje en el Mar. C.David Friedrich. Gracias, R.

Soy mujer absorta, soy bomba nuclear.

Y entonces recibo un regalo magnífico, el broche jubiloso a unos días perdida en un campo y una Casa que voy sintiendo mía, pero que aún no se acopla a las costuras de mi cuerpo.  Como esos viejos jerseys que no tiro precisamente en homenaje a su trabajo de adaptación a mi trote atolondrado, a mi espina dorsal descompensada, a mi respiración agitada de tanto subir y bajar escaleras. Al espectro de mi yo más impaciente que siempre me acompaña.

Una postal dentro de una carta. Como una matrioska de esas de mi infancia. Un cuadro de Caspar David Friedrich, “Der Mönch am Meer“, al que acompañan unas líneas que no traicionaré del todo, sólo un poco, con la venia de R, ese hombre frutal, cálido y afectuoso:

“Esta mirada sobre el mar profundo y oscuro del Norte me ha acompañado varios años pegada a la pared frente a mi mesa de escritura, pintura y fantasías. Sin el solitario monje podría ser un cuadro de Rothko”.

Tienes toda la razón, acaso le faltan las pinceladas rabiosas. Aquí los tonos fluyen, se empastelan y a lo tonto podrían desencadenar una tormenta. Si yo estuviera allí me agarraría al brazo de ese monje y le apretaría el paso: “Volvamos, que anochece y el mar va a enfurecerse”. Los vapores negros del fondo que esa inocente nube no logra despistar. Los rizos de espuma que a lo lejos presagian fuertes olas.
(Busco cuatro paredes y un cristal para mirar, eso de los cobardes).

Las imágenes. Una Semana Santa recluida convirtiendo La Casa en mi Lugar. Otro lugar que se asoma a un mar de piedras y monte bajo, carreteras abandonadas y olivos intransigentes. Maravilla. Las manos ásperas como piedra pómez, el ansia de reconocerme en las paredes, los cuadros, los espejos, los cajones con polvo.

Una mujer absorta

Concha,1999. JP Frade (Qué talento)

Y una sola vez en mi Mesa, que yo he pintado del pantone del momento vital en que me hallo. Un verde plomo, diría que de frescura melancólica. Tan adictivo que debo guardar brocha y rodillo o acabaré pintando hasta los vasos.

Y me siento y hojeo el precioso libro de acuarelas de Juan Pablo Frade, artista que se hace llamar arquitecto, otro regalo que es ya provocación. Y ensayo un texto que acompañe sin ser impertinente. Y me sale en un rapto a la vista de una imagen de mujer, en ese mar inquieto que es la Casa. Sola y absorta, con un vestido rojo que es un faro. Rodeada de objetos que no ve, en apnea profunda de sí misma:

Concha, 1999 (titula él su dibujo, no hay más pistas). Y escribo yo, el monte de la Alcarria con su aliento amarillo  me vigila el costado:

“Una mujer tan sola es un Enigma. Sola y con un vestido rojo, guerrera y melancólica. Diré que se llamaba (o que se llama) Concha. Y no sé nada más, a quién le importa. Que se sumerge fiel y concentrada, cual si anudara hilos de espuma, antes de que el mar, ese  loco- los vuelva espumarajos. Que no despertará de su paisaje ni aunque salte un gato negro a sus espaldas, el lomo como un arco, las uñas venenosas y afiladas.

Verde fresca Melancolía

Una mujer absorta es una bomba nuclear, ya te lo he dicho. Flamígera y acaso enfantasmada (que es más que ensimismada, ya lo sabes. O deberías saberlo cuando dices que conoces a todas las mujeres. Qué arrogancia).

Afuera tempestades, y Concha tan adentro. Ventura roja en grito y abisal, arquitecta del centro, de su centro. Y no se moverá ni aunque la quinta glaciación enfríe su café. Agite su quietud, la mesa tiemble.

Al rojo vivo, Concha es turbina inexplicada. A mil revoluciones, centenaria.
Y pobre del que intente descrifrarla.

PD. Gracias, todas, R. por tu regalo que ya vive en mi mesa. Lo cuidaré con mimo, como tú.
PD. Gracias, JP Frade, por la provocación y esos dibujos. Ya estoy disparada, hablamos cuando gustes.