Mi primer jefe está descatalogado de mi estantería de jefes. Era un tipo despreciable que me sentó a su lado para que le escuchara hablar por teléfono con sus amantes. Yo tenía 22 años, media melena de vestal estricta y rigurosa y un expediente académico rutilante. Él, en realidad, quería una secretaria disfrazada de universitaria modosita. Pedazo de vulgaridad hecha fantasía, dirás.

No, él no pretendía pasarme por la piedra, sólo que aplaudiera sus performances de macho inseguro. Yo miraba hacia abajo, contaba ovejas y le dedicaba miradas de olímpico desprecio. A fin de mes cogía mis 102.000 pesetas y pagaba mi alquiler.

Entonces llegó él y me rescató de todo aquello. No, no se llamaba Charlie, ni yo era un ángel. Pero estaba a punto de cometer un asesinato categoría jefecidio y J. se dio cuenta. Yo llevaba tiempo ofreciéndome para escribir un temazo, como los maletillas se apuestan en Las Ventas a esperar la oportunidad de una vaquilla. Mi nuevo jefe era arisco, pero justo. Me dio cancha, me fastidió muchas tardes de domingo, y 15 años después, comiendo el otro día, me espetó: “Recuerdo perfectamente una cosa que me dijiste entonces y me jodió mucho: eres un machista y un tímido agresivo… Lo malo es que tenías razón en casi todo”.

Juro que a esa muchachita lenguaraz no la tengo catalogada en el álbum de mis memorias. Me dio tanta vergüenza que quise esconderme en el ali oli del arroz abanda, sin éxito. Aquel hombre me había rescatado de las barbas de Ali Babá y yo le pagaba con un diagnóstico de diván chungo!.

Después llegaron otros malos jefes de perfiles diversos. Un maltratador psicológico, un ladronzuelo adicto al gratis total, algún arrogante de siete suelas, un vaguete consagrado, un diletante profesional…(reseño sólo los malos, conste) Y de cada uno tomé lo que pude.. Sí, yo sería una jefa fetén: exigente, pero justa. Dialogante, pero firme. Ejemplar y didáctica. Fashion pero no cool-adicta. Un dechado de virtudes, en definitiva. “La jefa“.

Lo que nos lleva a la cena del otro día. Un grupo de gente. Un hombre que me agrada y al que entrevisté para un trabajo hace dos años. En la mesa, chopitos fritos. Y unos drinkings de los que desengrasan las lenguas: “Tú me trataste como un becario aquel día. Se te notaba en la cara que no te fiabas un pelo de mí”, dijo Ojosazules clavando su pupila en mi pupila.

-¿En serioooooo? Ay, madre, que yo no soy así, negué la mayor.
-Sí, bueno, no te preocupes…Hiciste que te cogiera un poco de miedo. Yo te veo y me cuadro, como en la mili.

Sí, esa desalmada había sido yo, miss jefa guay. Y ojosazules aún me lo decía sonriendo mientras se zampaba un chopito. No había salida airosa que no fuera la inmolación. Eché un trago largo, pedí perdón en siete idiomas -autonómicos incluidos- y salí cabizbaja a la calle, haciendo examen de conciencia.

Ser o no ser. Esa es la cuestión. Tú llamaste a uno “tímido agresivo”. Y tú eres arrogante. Donde las dan, las toman. Vete a dormir la mona y no peques más.

Me llamo X, tengo otra vez 22 años y he vuelto a escuchar a jefe-1 citarse con su amante con el bigote tieso y la cara colorada. Es mi penitencia, la asumo.

Ojosazules, ¿me darás otra oportunidad?