Como presidenta de mi comunidad de vecinos estoy haciendo un master en “lo que pasa en las casas cuando se cierran las puertas”. Creo que quienes somos realmente está fuera del alcance de la vista de nuestros vecinos. Al quitarnos la ropa y asaltar el sofá. Somos la respuesta que damos a nuestros hijos, a nuestras parejas, más que ninguna otra cosa.

Pero cuando tienes un cargo de prestigio y gratis total, como es mi caso, puedes llegar a sorprenderte con el caso de cierto hombre de unos 35 años que te cuenta avergonzado que su pareja le ha herido la otra noche lanzándole objetos contundentes (léase platos y vasos) a la cabeza. Y te asegura que tiene el parte de las urgencias del hospital. Y te cuesta creer que detrás de su puerta se libre una batalla cada noche donde el presunto fuerte es la víctima.

Me impresiona siempre el maltrato. Lo ejerza quien lo ejerza. He visto parejas lanzarse pullitas verbales como cuchillos delante de invitados y parecía que en realidad esa crueldad era lo que los unía y casi los excitaba. El único cemento que queda en una convivencia desgastada a la que se le da tregua una y otra vez. Me sobresalta el sarcasmo contra el otro, pero también la indiferencia. Eso del pecado por acción u omisión que nos enseña la iglesia pecadora. Hay quien mata por descuido, por no ocuparse de estar atento al otro. Y de eso al lanzamiento de platos hay una gran cantidad de tonos grises del dolor que nos hacen pensar a los escépticos si merece la pena estar con alguien si no es para ser más y mejor. Si no te cuida y no lo cuidas. Si no puedes cerrar la puerta con la convicción de que entras en un lugar de paz donde se te recibe con cariño aunque sean dos fieras que a ratos  querrías exiliar de tus contornos (las chukis lo saben, desde luego).

Hay noches que cuando escucho a mi vecina la de las fajas beige con la hija endemoniada me dan ganas de intervenir. Hay tanta violencia, tanta desesperación que no hacer nada parece cobardía. Al hombre de la loca de los platos le miro de otro modo desde que el otro día se me sonrojó como un niño contándome el relato de sus noches. Sin comas y sin puntos. A la mujer no he vuelto a verla, parece que era una novia post divorcio. “Siempre elijo a las peores”, murmuraba.

Hay hombres que siempre eligen a las peores (y mujeres, desde luego). Hay quien se castiga una y otra vez con quien no les quiere porque es eso lo que han visto. El tablero de juego conocido. Y también hay quien huye una y otra vez de todas las partidas porque sólo le vale el paraíso cuando se cierra la puerta. Y supongo que ni una cosa ni otra. Porque los primeros terminan en urgencias y los otros terminan solos, calentándose la sopa y en silencio.