Raphaël Jerusalmy

Y entonces, después de tres noches de lectura voraz y apasionada, descubro que el libro que estaba leyendo no era el que creía leer.

La portadilla era de Ricardo Piglia, al que he mencionado sin despeinarme al menos en dos ocasiones en este blog. Pero el interior, que desenmascaré ayer tras comprobar que el texto de la contra (del argentino) nada tenía que ver con mi lectura, correspondía a otro y a punto había estado yo de condenarlo a un olvido ignominioso.

“Un cristiano es un judío que delira” (subrayé minutos antes del asombro).

¿Cómo no te pudiste dar cuenta, listilla? Esto es como atribuir una melodía de Stravinski a Shubert, por ejemplo. O una falda de Miuccia Prada a Michele, de Gucci. O llamar fabada al cocido montañés…

El autor al que debo algo más que una disculpa (y mi admiración, el libro es magnífico), se llama Raphaël Jarusalmy y su perfil no está traducido en la wikipedia, lo adjunto en francés. Y no, no lo conocía, reconozco con rubor. El título: “Salvar a Mozart” (Ed Navona, colección Los Ineludibles -Pues menos mal que era ineludible; un milímetro más y lo someto al olvido más desconsiderado).

Al terminarlo, henchida de ese gozo lector similar a devorar un pastel de limón delicado y levemente ácido tras una gran comida, leí una paginita final que rezaba así, abreviada: “Raphaël Jerusalmy, nacido en París, es diplomado en la Sorbona…Al acabar sus estudios se trasladó a Israel e hizo carrera en los servicios secretos israelíes antes de llevar a cabo acciones de carácter humanitario y educativo (esto merece un “¡Caramba!” que es más bien un “¡Joder!). Actualmente ejerce de librero de libros antiguos en Tel-Aviv.

Y ahora sólo quiero cogerme un avión y personarme en esa librería, para pedir disculpas y rendirle mis respetos a ese ex espía del que me gustaría saberlo todo. Y decirle que su pulso sin baches y ese estilo sobrio y nada alambicado me han parecido perfectos para contar la historia de Otto J. Steiner. El austriaco compositor y crítico musical recluido en un hospital para tísicos, medio judío, que teje una venganza contra los nazis sutil e ingeniosa con Mozart como motum y coartada.

“En el fondo, soy el único de la familia que no pertenece a nada. Que no ha elegido. ¿A qué clan pertenecen los tuberculosos?¿A qué ideología? Los enfermos graves también forman una casta. Muy igualitaria. Pero, ¿de qué lado están? ¿Tienen siquiera un programa? Yo soy austriaco de confesión tísica. Y orgulloso de serlo”. 

El absurdo de la pertenencia a grupos. La necesidad de presentarse en relación a otros. La tapadera pútrida de la organización como usurpadora de la identidad. Y ese hombre aferrado a lo más básico de su yo: la enfermedad y la cuna. Y la fórmula del diario personal como estrategia literaria que me excita y me contagia. Una vez más.

Y esa ironía impecable, lúcida y perversa. “Es extraño que los alemanes sean melómanos, La música es eterna aproximación”.

¿Que cómo pude confundir un libro con otro, os preguntareís? (o no, que sería preocupante porque significaría que asumís mi desastre). Porque se utilizó la cubierta de Piglia para fotografiar un título que aún no estaba disponible por parte de la editorial. Alguien tomó otro ejemplar del almacén para ejercer de “relleno”. Y así se perpetró el atropello.

Querido Raphaël, espero haber pagado mi pecado con estas líneas. Gracias por esta historia tan nutritiva plagada de música de altura. “Hay que proteger a Mozart de estos imbéciles”, dice Otto. Y antes, solo un poco antes, también subrayado: “Decididamente, este diario me vuelve ilustre a pesar de mí mismo”.

Y a pesar de alguna lectora inculta y despistada…