Los fines de semana leo los periódicos al revés, desde la contraportada. La serie “Antes del amanecer”, de Richard Linklater,  la empecé por el crepúsculo y luego hacia atrás, en sesiones tiernas de sofá con manta en las rodillas que no he olvidado,  y con los diarios de mi admirado Salvador Pániker estoy haciendo lo mismo. Llegaré del anciano sabio y con cierta vuelta de todo -cuento con pena las pocas páginas que restan- al joven vorazmente enamorado en Ibiza. Construyendo una familia de la que se divorciará. Empresario en lugar de filósofo. Y este spoiler autoinducido, lejos de frustrar cualquier expectativa, me aligera las ganas de descifrar el misterio del origen. No está tan claro que seamos lo que fuimos sembrando en el camino. Ha habido atajos, trampas y loopings imprevisibles, contradicciones y traiciones a uno mismo sin maldad, de manera que el hoy no es una suma de ayer, sino una serie de diabólicas combinaciones que se enredan entre las piernas torpes de una mujer de letras.

El futuro, sin embargo, no me inquieta pero sí  debo contener las ganas de pronosticarlo a partir del material de deshecho del presente. Eso que llamamos la experiencia es una señora impertinente que te susurra al oído “esto sólo puede acabar así, monina”, y tú finges que no le haces caso pero en el fondo ya te has contado la película. Igual que ya sé de qué va la última de Star Wars sin haberla visto (y probablemente así se quede, en una fabulación que no tengo demasiado interés en desentrañar). Me fascina tanto el presente (imperfecto) que no hago sitio a la nostalgia ni reparto entradas en palco para la ansiedad del mañana.

 Y sin embargo hoy tengo la sensación de que algo tiembla bajo mis pies. El runrún de las expectativas de cambio que estas elecciones a cuatro ha convertido las cenas de preNavidad en monotemáticas. Mi jornada de reflexión consistió en comer deliciosas viandas y beber lo que no debía mientras se debatía a la mesa que si Pablo Iglesias, que si Albert Rivera, que si Rajoy que si Pedro Sánchez. Con un grupo de amigos desigual de pensamiento y palabra que nunca llega a las manos pero se divierte adivinando las reacciones más o menos incendiadas de cada uno.

-A mí Pedro Sánchez me parece el clásico jefe de planta de El Corte Inglés. Un don nadie con traje barato y sonrisa profidén. “Estoy bueno y tú lo sabes”.
-Pues Rivera es un comercial de éxito. Un vendemotos. El tipo que te llama para convencerte de las virtudes de la Thermomix a ti, que no comes ni cenas en casa.
-¿Visteis cómo titulaba El País el puñetazo del macarra a Mariano Rajoy? ¿Eso no es manipular la información?
-¡Ah, claro, que El Mundo, ABC y La Razón no manipulan!
-Pues yo a Pablo Iglesias no le voto ni muerta. Los suyos se ponen cachondos con Adorno y Carlos Marx pero la gente en el fondo les interesa cero.
-A mí la dialéctica de los ricos y los pobres me pone del hígado.
-Yo estoy convencido que el que llega arriba es siempre por turbio e indecente.
-Anda ya! Supera la lucha de clases! La igualdad por abajo es de mediocres.
-Pues yo sí pienso votar a los de tu ex novio. Ya veremos…

Y mientras sumé media cerveza. Una copa de vino. Un sorbo de mojito delicioso. Mi cuerpo de hoy se resiste a asumir el escueto recuento alcohólico de ayer. Soy comedida por determinación, y si fumara sería candidata al enfisema. Si empiezo por el final, apenas reconozco a la de ayer, más confiada en la aritmética del proyecto vida. El velo del escepticismo a veces nubla estas mañanas en las que huele a cambio aunque será gatopardesco, me imagino. Y mi plan, además de ir a votar con mis dos hijas -la enana preguntaba ayer “¿a qué hora votamos?”, porque entiende que es asunto de familia- es salir a correr sorteando señoras con bastón y papeleta y preparar una paella para cinco. Aún no es Nochebuena y ya estoy ahíta, de modo que me meto a buscar hospederías de monjas que me acojan para un fin de semana detox. Y siento disuasorias esas celdas con camita de 90 centímetros, cortinas verduscas relavadas y escritorio triste de colegio mayor.

Elecciones hoy

“Tú eres más de spa y cama king size, guapa. Me decía C. ayer. Y puedes meditar igual mientras esperas que llegue el servicio de habitaciones”. Tiene razón, pero yo quería cantos con voces cristalinas, y maitines y completas. Pero ese futuro lo desentrañaré mañana, que antes debo centrarme en los resultados de hoy. Porque como decía L el otro día, estas elecciones se parecen al Festival de Eurovisión. Y hay que ver las votaciones en grupo, “la guayominí tri pua” de nuestra infancia. Y mañana será la película desde el The End. Como a mí me gusta. Pero volver atrás ya no pinta una opción, sino un ejercicio inútil de nostalgia. Ese ajuste de cuentas disfrazado de poesía que sólo engaña a los que no se avienen con el hoy y temen a la muerte. El único futuro inevitable.