Mi avatar rubio

…O puede que un efecto inesperado del confinamiento sea que nos estamos tropezando con nuestros avatares más que nunca. La verdad desnuda se impone cuando apagas el ruido de esas intendencias prosaicas que abandonamos el día que cayó la bomba silenciosa e invisible y nos hizo estatuas de sal. Prohibido volverse, abrazar, tocar lo que tocaron los demás. Maldición bíblica. Antiguo Testamento.

¿Qué hago yo aquí? ¿Echo de menos tanto y a tantos como repite el guion de los lugares comunes? ¿Hay un escalón después que tenga sentido? ¿El otro es el problema o llevo yo la semilla del peor otro dentro? Si pudiera elegir ser o hacer cualquier cosa, ¿qué querría ser y hacer? ¿Hago lo que me gusta o lo que se me da bien? ¿No soporto el desorden de casa porque la casa, más que nunca, “es el lugar del mismo” y si se desbarata soy yo quien pierde el norte?

(¿Debo responder puntual como solía a tantos whatsapp o me quedo con la culpa rumiando las tripas y procastino hasta que salten los plomos de la paciencia ajena?)

Y aun más: ¿Pateo a la aspiradora o le echo la bronca a Bronte por tener los pelos tan largos, cálidos y espesos? ¿Contengo la furia de hacer un lote con todo lo que no uso y depositarlo a un contenedor ajeno de obra sabiendo que es delito con nocturnidad y descaro? ¿Me permito 24 horas de sincericidio y que salga el sol por Antequera? ¿Le aplico un Marie Kondo a mis vísceras y las expongo impúdicas al sol como aquellos pescados podridos de San Luis de Senegal -viaje con Mercedes Milá– de cuya pestilencia final se hacía harina que otros devoraban con sus fauces tan puras y tan blancas? ¿Me dejo masticar por otros mansamente o saco al ejército de dientes y escupo?

Avatar Verde

¿Leo o escribo? ¿Por qué sólo tolero literatura proteica como si fuera la última cena del preso pero soy muy capaz de comprar tres tintes rubios de pelo (triscaban en un trigal) y creerme cada rubio que prometen y hasta la rubia vikinga que exhiben como la consumidora más naif y crédula del universo?
(Ayer viernes tarde mis hijas y yo nos juramentamos para cambiar de color nuestras cabezas y fue un momentum grato e inolvidable del que cada una salió con una certeza vital diferente: 1. “Lo quiero rosa” 2. “Te queda rojo” 3.“Necesito ser más rubia. ¿Y si me bautizo en amoniaco?
¿Qué ha pasado mientras pasaba todo esto? ¿Qué dice la letra pequeña de mi confinamiento y del tuyo? Tengo amigas que han repasado sus relaciones y han llegado a la conclusión de que nunca amaron de verdad, pero qué importa. Hay quien no se ha depilado en semanas y siente vergüenza pero le da la risa. Y la risa es más que la vergüenza. Hay quien de pronto no encuentra sentido a lo que hace. Hay quien se siente mal pagado y es más lacerante su frustración moral que la económica. Hay quien descubre que era estrés no haber llorado en meses o en semanas.
Risa, rabia, lágrimas secas; resentimiento, gozo, melancolía, arrebato…Diría que arrebato, como aquella película española. Arrebato de ponerte las zapatillas naranja fosforito desgastadas y volver a correr al parque hoy, mi Bronte en puro desconcierto jubiloso enredado en sus babas, qué locura.


Correr era volar. Mirarte desde arriba y ver a una mujer que aprende y que se enfada y se levanta y se troncha y se mortifica y se empuja y se coloca delante del espejo y descubre que es otra, que hay una revolución ahí adentro y ese virus no lleva corona pero reina y se expande al microscopio voraz y militante. Y se pregunta cosas, tantas cosas que a veces no se duerme de tanto griterío chocando en los oídos y es silencio.
El arrebato era eso. Confinarse de otros y de lo otro, condenarse a escuchar a esa con cuyas piernas te chocas en la cama y eres tú. Todas tus yóes. Y entiendes al fin por qué no has parado de comprar tintes caseros todas estas semanas. Buscabas a esa otra…