“Yo quiero algo rápido, un speed dating de esos. Nada de invertir mucho tiempo en preguntarnos qué libros te gustan, qué películas has visto diez veces… Si me convence, bien, y si no a otra cosa”.

Mi amiga B. solía ser romántica y me ayer desconcertaron sus planes de ligue exprés. En año y medio ha pasado de ser single a ser madre single de dos gemelos, y supongo que eso altera la tabla periódica de elementos del ¿amor?. Hace meses que no duerme de un tirón y su hit parade discotequera la encabeza un grupo tenebroso llamado Los Cantajuegos, que no existía cuando nacieron las Chukis (gracias a dios). “Un horror, que encima llevan peto!”, describe. Me atrevería a decir que mi amiga es feliz y que quiere compartirlo con un hombre pero sin grandes inversiones en los previos porque dispone de poco tiempo. Sólo por descartar le pregunto si no estará necesitado una ardiente sesión de sexo. Y no, al parecer no es eso.

Todas somos Monica Bellucci

Debo reconocer que a mí los previos me encantan. Lejos de parecerme una pérdida de tiempo, esos primeros días de citas en los que eres un papel en blanco que tú mismo escribes y compartes con el otro son excitantes. Las citas a ciegas, de las que fui víctima consentida hace más de una década, sólo sirvieron para echarnos unas risas en grupo pero nunca para cerrar tratos de amor. No es que piense que a Cupido no haya que darle un empujoncillo de cuando en cuando, es que creo que hay muy pocos arqueros disponibles que merezcan detenerse y explorar. En eso soy tan práctica como mi amiga, que además ayer se arriesgaba a poner tramo de edad a su potencial novio, mientras A. aplaudía su exigencia: “Eso, joven y que no tenga barriga. Estoy harta de que nosotras nos cuidemos tanto,  y ellos se pongan barrigudos. Me parece una señal de desidia, una falta de educación. ¿Qué pensarían ellos si fuéramos sin depilar”. Me atreví a sugerir que hay hombres que no se percatan de eso, como tampoco ven la celulitis ni la acumulación de grasa bajo los tirantes del sujetador. Que somos nosotras las que nos machacamos con tantas exigencias. Y que si un hombre te ve desnuda y comenta que no eres Monica Bellucci precisamente lo mismo te has equivocado de hombre y él de cama (porque las posibilidades de que él sea Vincent Cassel son igual de escasas, convengamos).

Aquello se ponía interesante por momentos. Mis tres amigas, lo juro, con guapas, son inteligentes y no están dispuestas a lanzarse por el momento a la búsqueda del hombre ideal por Internet. A., en un momento sin duda febril, decidió que tenía que ser coqueta como cierta amiga suya actriz de ojos sorprendidos y gestos de gata seductora 24 horas. Le dije que ni lo intentara. No se puede obligar a un tigre a comportarse como un gatito. La coquetería es un arte que sólo dominan las coquetas, esas mujeres que me caen tan bien, ya sabéis, porque con su batir de pestañas ganan las batallas y siembran de cadáveres los campos sin despeinar sus melenas (no sé por qué a la coqueta siempre la imagino con pelo largo, debe ser porque hace décadas que me lo corté sin regresión posible).

Palacio Real, anoche

Al final de la tarde las cuatro pactamos que haríamos una fiesta un día cualquiera, sin preaviso. En un bar con música y gin tonics, y que convocaríamos sobre la marcha a nuestros amigos, hombres y mujeres, singles y acomodados, para celebrar la imperfección y el éxtasis. Que siempre hay un roto para un descosido, aunque el roto se haga esperar y el descosido prepare biberones a destajo. Que de repente un día dejas de estar solo y está bien, pero por si acaso conviene llevar la despensa de alimentos para seguir estando solo. Buenos libros, buena música y, sobre todo, buenos amigos como A., como I. y como B., que ayer me regalaron una tarde increíble de Navidad en el Café de Oriente. Con vistas a un Palacio iluminado donde juraría que había una estrella como las del árbol. Y a las que agradezco que no me dejaran pedir un gin tonic que me hubiera fulminado en plena exaltación de la amistad. Chicas, os quiero.

(Y, mi querida B., tan amorosa, tan ¿práctica?, no te precipites y deja que cuenten lo que leen, lo que escuchan y cómo ven la vida. Eso lleva su tiempoo, ya verás, pero a algunos hombres sólo empiezas a conocerlos cuando el libro ha pasado de la mitad, y a veces te sorprenden. Ya verás)