Acudo a un centro de quiropraxis donde el médico -unos cuarenta, norteamericano, doctor en medicina general y ocho años de especialización en el fascinante mundo de las articulaciones- te da dos besos al llegar y otros dos al salir desde la primera visita. No lo había pensado, pero el lugar tiene aire de secta. Se llama algo así como “Nuevo amanecer” (¿o ese es el claim de la Thermomix?) y en la sala de espera, de gotelé blanco y azul clarito, un video proyecta las bondades de la familia nuclear y viene a decir que la que sana su espalda unida, permanece unida.

Lo más impactante es que en la sala de autos  hay cinco camillas, de modo que cuando te toca tu turno una encantadora enfermera con cierto aire de la vecina de Rosemary en “La Semilla del diablo” te indica cuál es la tuya y allí te plantas, mientras a derecha e izquierda otros cuatro damnificados yacen en las suyas y el doctor va de una a otra repartiendo besos y toques aquí y allá. Añadiré, para las mentes avezadas, que todos estamos completamente vestidos.

Yo pensaba que el New Age estaba demodé, pero compruebo que no. Supongo que la crisis nos ha condenado a ser besados por desconocidos que fingen que nos quieren mientras nos retuercen el cuello. Lo que no encaja mucho es esa música de Alejandro Sanz del hilo musical, ni la de Camilo Sesto. Dos tipos descatalogados que siguen enardeciendo a las masas cuando desempolvan sus hits. Yo habría rematado el ambiente de la clínica templo y en lugar de esos sofás de IKEA gama baja habría puesto unos tatamis y unos Budas, para que desde los previos nos revolcáramos en comunidad y llegáramos al ritual de los besos calentitos para la decontractura. 

La primavera ha invadido mi cuerpo, lo confieso, y está haciendo de las suyas. Llego a casa y besuqueo a las chukinas sin parar, a lo que la adolescente tuerce el morro y la enana se pone toda loca. La hora de los mimos dura más que la cena, y termina con una petición suplicante de dormir con mamá. “Verás, chukina, yo tengo ese sueño frágil que se altera con la respiración de otro al lado, aunque sea pequeño y huela a chotillo recién bañado”.

Lo que me lleva a sugerir un negocio de besos primaverales para tiempos difíciles. Naturalmente, habría categorías, a saber: angelicales, fraternales, consoladores, a tornillo y pre-revolcón. Ahí fuera hay mucha gente con necesidad de ser besada, y la familia nuclear no siempre es el entorno más recomendable. Minichuki sugiere que colguemos el cartel de “sin babas” porque a ella las humedades en la mejilla le han dado asco de toda la vida. También incluiría besos de abuela y de tensión sexual no revuelta. Besos post trauma, besos post visita al asesor fiscal, puede que besos con chocolate y besos pendientes. Esos que se quedaron en la mesa de un café mientras dos que se quieren decidían mirarse a los ojos y decir mucho sin contar apenas nada.

Aquí me planto y admito ideas para esta new age que nos tiene agazapados sobre un suelo que se mueve y tiembla y retiembla con cada anuncio del déficit, con cada amigo que se queda sin trabajo, con cada familia que no llega a fin de mes y entonces, nuclear o reconstituida, hetero o gay, se junta en el sofá del salón y se besa. Porque el cariño, afortunadamente, sigue siendo gratis total. Al menos para algunos.