Mi ¿querida? Big Bang:

Terminé la biografía de Mary Shelley en un suspiro. Concluí que se inventó Frankenstein tras imaginar a su hombre ideal con piezas de su marido, del poeta Percy B.Shelley, de Lord Byron, de Prosper Merimeé y hasta de alguna que otra mujer fascinante que pasaba por allí. Así cualquiera. Negrita

Mis monstruos, lo sabes, carecen de estatura intelectual. Está Mr.Shrek, mi casero de Asturias. Un ser inmenso de mirada noble y zancada generosa que se gana la vida en la ciénaga. El hombre que puso una vaca en nuestro prado y que cada noche vuelve de su recogida de basuras con algún tesoro: collares de cuentas de cristal, televisores sin pantalla plana, vajillas desportilladas o lavadoras resucitables.

Está la vaca, bautizada como “Cubana” pero que mi hija se ha empeñado en llamar “Ivana” y no hay quien la apee de ese burro. Claro que, bien mirado, Ivana es mucho más propio de una vaca. Y aunque empezamos nuestra relación con mutuos recelos, a día de hoy acude trotona a mi llamada, se deja acariciar su penacho negro y hasta me da lametones. Añadiré que, si no fuera porque Mr.Shrek jura que es vaca todos pensaríamos que es un toro, por el negro zaíno de su pelaje.

Está el Pirata. Ojos negro tizón que van dos metros por delante de él, mata de pelo blanco de punta, como si viviera con los dedos metidos eternamente en un enchufe y misterioso bolso bandolera en ristre. Dice ser profesor de secundaria. Nota a pie de página: Utilizaré su pelo para mi monstruo. Me fascinan las cabelleras tupidas.

Y está la buganvilla, que alberga un sinfín de especies animales que apenas dan la cara pero hacen ruido por la noche. Un ruido inquietante de alas, picos y patas que se ha instalado en mis pesadillas y, lo que es peor, en las de mi amiga Alicia, que anda loca con un bote de insecticida a todas horas dispuesta a extinguir dos o tres especies de animales de un plumazo. Si antes no nos intoxica, la utilizaré para completar alguna pieza letal de mi monstruo. O varias.