Mi nuevo viejo bolso vintage

He comprado un bolso de segunda mano. Es mi primera vez. Se trata de uno de esos bolsos vintage con doble broche metálico como de monedero y unas asas largas. Marrón oscuro. Entiendo que guarda el aliento de su anterior propietaria, y creo que eso buscaba cuando pasé un rato ayer mirando y remirando.

-¿No es de piel?, preguntó A., que me veía dudar del material y piensa, con razón, que he pasado la barrera del plástico hace rato y ese es un viaje de no retorno.
-Yo diría que no… musité devolviendo el botín a su gancho en la pared, poco convencida.

La cosa es que ayer, antes de entrar al concierto de fados en el teatrillo de El Escorial que adoro, nos dimos una vuelta y topamos con una tiendecita de segunda mano donde dos mujeres hacían punto tan tranquilas. Olía a un incienso discreto, la luz era ténue pero suficiente, había plantas bien cuidadas y percheros rodeados de vitrinas, mueblecitos, espejos y collares multicolor que componían un espacio encantador con todo el feng shui de su parte. De fondo una música zen nada impostada. Y ese bolso llamándome a gritos que no compré porque no estaba segura de si era de piel. Pero algo me impedía molestar a la Penélope tejedora para hacerle la pregunta de la pija: Esto…¿es piel o una buena imitación?

Coliseo Carlos III

Después, apuradas, corrimos a escuchar  a Carla Pires, una fadista que desconocía, y a su guitarra portuguesa, Hugo Edgar. Un tipo bajito y concentrado que abrazaba el instrumento, amoroso, y le sacaba unos registros tan bellos que a veces ecipsaban a la cantante. Había una pasión en sus manos, en sus gestos, que me sorprendí largos ratos mirándole a él, y no a ella, que sin duda canta muy bien y tuvo dos ratos a capella vibrantes, de trance y boca abierta.

“Ya sé lo que me pasa con el fado, me confesó A. Me falla no entender las letras”.

A mí me pasa justo lo contrario. Del fado me estremece el sentimiento y me provoca escuchar palabras que me dan las claves del amor y el desamor, la pérdida y el reencuentro. La lluvia, los barcos, la espera…Esos temas melancólicos de los que hablan los poemas que hacen nuestros vecinos de al lado. A veces me quedo enferma de fados y necesito viajar a Lisboa y regresar a Oporto. Las dos ciudades recurrentes del Portugal que amo.

Oporto

Y pienso que Lisboa es como mi nuevo bolso vintage, que corrí a buscar esta mañana porque me llamaba como un fado clásico. Con una decadencia nada triste, que no se regodea en la pena sino en el sentimiento. En los viajes de sus marinos hacia las Américas, en sus calles de adoquines que desafían el equilibrio precario de quienes la recorren del Barrio Alto al castillo de San Jorge.

Y con la saudade encerrada ya en el maletero vuelvo a casa. De fondo escucharemos a Carminho, a Mariza, a Dulce Pontes, a Carlos do Carmo, a Teresa Salgueiro…  Y lo que han unido el bolso y las hojas de un bosque en estallido de otoño, que no lo separen la duda y las tormentas del lunes que ya viene, soberbio y arrogante.