El marido de la peluquera

Mi primer peluquero heterosexual en muchos años me cuenta que su reciente divorcio le ha dejado heridas abiertas que a veces sangran.

Cuando un hombre te explica que se casó porque ella quería, que pensó que por qué no si ya lo compartían todo, que esa mujer “lo completaba” y que era la primera que lo había mantenido alejado de otras tentaciones, hay que prestarle mucha atención sin dejar de vigilar la punta de sus tijeras, que van bordeando tu cuello -zas,zas- al ritmo íntimo y trepidante del relato.

-Al principio no era así, claro. Ella me admiraba. Pero poco a poco se fue volviendo desdeñosa. Yo llegué a casa un viernes, cuando las cosas estaban ya mal, y aunque estaba reventado de cansancio le propuse salir a cenar. “Tenemos que hablar, soy tu marido y te quiero”.

Cuando un hombre, peluquero, administrativo o diseñador de interiores, te dice “tenemos que hablar” hay que tomárselo muy en serio. Normalmente son las mujeres las que sacan la frase a relucir y las que proponen ir a un restaurante con un rincón poco iluminado para recordar a la luz de las velas por qué amaron a ese hombre que ahora desprecian.

El mismo que acaba de coger un mechón y apenas lo picotea con delicadeza. Y me mira de refilón, como para valorar el efecto de su dolor en mi cara.

-Yo en realidad no tenía ninguna gana de salir. Me hubiera quitado la camisa, dado una ducha y metido en la cama, pero me parece que cuando te has casado debes agotar todos los recursos para que funcione, no abandonar a la primera crisis gorda, ¿no crees?

No creo, le digo, pero también le digo que el desprecio suele formar parte del lote final del desamor. Y vuelvo a su frase más determinante: “al principio ella me admiraba”. Me pregunto por qué la admiración es tan necesaria para mantener el sentimiento. Imagino una lista de expresiones desdeñosas de ella a costa de él, de su oficio, de su relación con las mujeres. Y a este hombre arrastrado por su voluntad de no claudicar a un restaurante para hablar de lo que en casa sólo pueden decirse ya gritando.

-Ella ya no me quería, y puede que yo en ese momento tampoco. No sé muy bien qué es quererse… No sé cuánto tiene que ver con la determinación, si hay un día de tu vida en el que miras a tu pareja y decides: ya no te quiero. O si es ese día en el que te mira con una punta de desdén y tú notas que ya no sientes deseos de abrazarla…¿Quieres que te corte más?

No, así está bien. Le digo que disfrute de su soledad. Se encoje de hombros y me asegura que bueno, sí, pero que él es más de compartir, de llegar a casa y contarse las cosas con una cerveza en la mano. Me atrevo a insinuarle que la pareja está muy sobrevalorada, cuidándome mucho de no parecer cínica. Me mira hondo, comprueba el resultado de su trabajo y decide:”¡Qué guapa estás!”

A la salida, por supuesto, nos damos dos besos y nos estrechamos con cariño.

Me gusta escuchar a los hombres. Creo que tienen mucho que decir aunque sea con unas tijeras en la mano.