Mi querida Big-Bang:

He caído en manos del doctor Menguele de la oftalmología. Un tipo con aspecto de haber nacido en un campo de golf, repeinado, tieso, vestido de Polo Ralph Lauren, y completamente autista. Cada vez que voy a una revisión, tira de láser y me fríe las córneas sin avisar, dejándome en estado de shock. Yo salgo llorando y las lágrimas me abrasan aún más los ojos. Apenas me da tiempo a murmurar un “¿cree que con esta vez quedaré bien?”, y entonces me tiro a la calle como esas ancianitas que van al médico y son maltratadas y encima dan las gracias.

No es una pesadilla. Esto es real life y ése es un tipo con una clínica muy pija y una sólida reputación. Yo no soy una pobre anciana ignorante, pero según me sienta la enfermera para lo que yo imaginaba una revisión de rutina, se produce el bloqueo. Entonces la tía me informa. “Le voy a poner la anestesia. Puede que escueza”. Y yo pregunto: “¿Anestesia, para qué, si esto es una revisión”. Y lo siguiente es que los ojos me pican y tengo delante a eseo tipo de ojos azules y caracolillos en el pelo, a punto de consumar su hoyo 17, que me ¿informa?: “Si, como me temo, el crecimiento ha vuelto a debutar, tengo que operar de nuevo”.

-¿Y si no ha debutado aprovecho la anestesia para hacerme faquir y clavarme alfileres en el ojo?, pregunto. Y él, echando una visual al microscopio: “Ahí está, ha vuelto a salir. Ahora apoya la cabeza y mantén los ojos muy abiertos, sin pestañear”. Para evitar que me mueva, me agarra la cabeza en posición de fellatio, pero a la altura de su aliento, que apesta. Y yo miro a la luz roja y me estremezco con cada disparo de láser y pestañeo, y me amonesta, y pestañeo más, y me aprieta más la cabeza para que se la chupe mientras me tortura.

-“¿Esta será la última vez?”, pregunto cuarenta minutos después de soportar la tortura y la humillación.
-“Puede que no. Eres la paciente que más se me está resistiendo. Nos vemos en tres meses”.

Yo le miro con la vista achicharrada, me levanto temblando, cojo mi bolso donde olvidé meter la pistola, me pongo mi chaqueta y salgo murmurando un adiós porque mi madre me dijo de pequeña que hay que ser educada hasta con el diablo. Ya en la calle, lloro sin parar. He venido sola a celebrar que veo, y salgo violada por un cerdo con perfume que se ha hecho rico friendo córneas y tratando a sus pacientes como putas. Con perdón.

Me pregunto hasta dónde puede llegar el poder de los médicos. Yo quería dejar mis gafas para siempre en la cuneta y he terminado a merced de un carnicero con reputación. Voy a buscar a otro, claro, pero ahí fuera debe haber mucha gente dejándose avasallar por desaprensivos con bata blanca. Tiemble el pijo, porque en el green de su campo lo mismo hay un ojo de cristal bomba con un saludo de la rubita tuerta. Hay muchas formas de humillación. Algunas, por prescripción facultativa.