Mi querida Big-Bang:

Me he levantado con la alerta en Defcon-7, lo que quiere decir que como se me altere un poquito puedo desatar una catástrofe de alcance planetario. A mí no me sube el azúcar a 500, como a Belén Esteban tras la intervención del Defensor del menor en defensa del Andreíta, pero sí se me dispara la bilis, salta la vena de la sién y el entrecejo pide a gritos tres chutes del bótox de la Preysler. Y, que yo sepa, aún no se ha inventado la figura del defensor de la desequilibrada leve. Pero todo se andará, que somos muchas.

Lo malo es que no sé por qué me altero. Mi diagnosticado síndrome Korsakov me impide recordar el pasado chungo. Dirás:pues qué suerte, bonita. Pues depende, porque en mis broncas más monumentales me quedo sin armas para replicar. ¡Con lo bien que viene tirar de hemeroteca para reprocharle al otro sus miserias! Así que, por si las moscas, suelo mirar al prójimo de entrada con desconfianza, no sea que tengamos algún asunto pendiente.

¿Rencorosa yooo? Nooo, mujer. O bueno, un poquito. Porque Korsakov tiene el detalle de dejarme cierto runrún recordatorio cuando los agravios son del tipo A. Una especia de regurgitación mental que no se va con ningún antiácido. O sea, que si me pongo recuerdo con claridad cristalina el día que me peleé con Puri en el patio del colegio tirándonos del pelo como verduleras, o el día que entrevisté a El Dioni y se cabreó porque le miraba todo el rato al ojo estrábico. O el día que di la mano a mi jefe supremo yanqui llena de migas naranjas de Cheetos barbacoa y él se giró sin decir “nice to meet you” mientras se sacudía la mano en el pantalón Hugo Boss (pronúnciese “Jiugo Bosssss”).

“Tú lo que tienes es memoria selectiva”, dirás. Igual sí, pero con este talento no me van a dar el Pulitzer. Lo mejor será que me pase a la ficción y, como las folclóricas, me invente las memorias de lo que pudo haber sido. Affaires de alto voltaje con tíos cañón muertos y sin descendencia, para evitar querellas. Ya me veo en el HOLA como la Bordiú, entre chimpancés y vestida de safari, relatando con pelos y señales el día en que Rock Hudson me quiso hacer suya bajo un baobab. Y digo más. Si me esfuerzo estaré absolutamente segura de que así fue. Daños colaterales del Korsakov.