No soy Sara, no tengo sus curvas cimbreantes, su melena Pantene,  ojos incandescentes ni un Iker Casillas que me baile en las tardes de luna y azoteas.

Las tías buenas como Sara Carbonero tienen que demostrar  que son listas, rápidas, ingeniosas y… modestas. Deben borrarse para ser perdonadas. Deben resucitar de entre los muertos sin épica ni tambores. Y apretar los dientes al son del tuit más venenoso.

Si yo tuviera la cara felina y el cuerpo de pecado de Sara, me reiría desde la banda de todos los zopencos y tiñosas que se levantan contra mí dudando de mi profesionalidad. Recuerdo a algunas de las pocas comentariastas deportivas que solía equivocarse en las alineaciones, y casi al cantar el gol. Nadie hizo sangre de aquello. Si acaso, fue una de las protagonistas de un especial errores clamorosos en la cadena SER. No sé cómo se llamaba, nadie lo sabe. Probablemente le faltaron un buen culo y un novio estupendo, guapo, rico y deportista.

No es que quiera defender a Sara en un arrabato solidario y antimachista. Ayer, durante el partido España-Portugal que seguí con el máximo desinterés, escuché sus comentarios y me pareció que esa voz sin cuerpo se desdibujaba. Le faltaban vehemencia, rapidez, piruetas de comentarista bregado. Me pareció correcta y poco más, tal vez incluso desganada sabiendo que millones de españoles afilaban sus cuchillos para pillarla en un renuncio. La imaginé contenida y nerviosa como el último del coro de los esclavos que siente sobre él todas las miradas del público despiadado de platea. Y le sale un gallo, y pierde el ritmo, y se pregunta por qué no reparan en el tenor, que hoy se ha pasado de gomina fijadora. O en la soprano, que tiene un tic en las orejas.

Estar tan buena se paga, querida Sara. Te veo este verano cambiando tu bikini blanco por un casto bañador. Fuera esas botas y esas minifaldas escuetas. Abandona el wonderbra que te las junta y te las levanta como en una ofrenda a los dioses del cuché. Hazte monja, y tal vez así silencies a las fieras que matarían por una mirada tuya, un segundo de tensión a dos, el roce de tu cintura al pasar a su lado en un chiringuito de playa. Saber que estás ahí y no poder doblegarte es un veneno que sólo se alivia con un tuit, ya tú lo sabes.

Querida Sara, espero que el día de la final arrastres a tu hombre hasta tu cámara y respondas a su beso con un beso eterno y a tornillo para volver a colapsar las redes. Date el gustazo de hacer que aúllen, que pierdan el control mientras agitan el mando de la tele. Y luego, cuando los bramidos templen, mira fijamente a la pantalla y repite conmigo: “Me llamo Sara Carbonero y estoy buena. He estudiado Periodismo y tengo un currículum que defender que no pasa por mi cama. Si quieren tratarme como a una becaria displicente y cachondona, adelante. Las fantasías retratan al que las imagina. Háganselo mirar”.

Gracias, Sara.