¿Cómo te permites decir que nuestro matrimonio está en decadencia? ¿con qué derecho?Un dios salvaje, Jasmina Reza. Ed Alba.

Minichuki y yo hemos estrenado temporada de chill-out durmiendo juntas en sendos colchones sobre el suelo. Las ventanas abiertas y los visillos de lino blanco bamboleándose como velas de barco al dictado susurrante de la brisa. Gorriones por gaviotas antes del amanecer. El cuerpo mareado por la desorientación y un sueño raro en el que Lydia Bosch intentaba seducirme. Luego ha sonado el despertador porque a mí subconsciente lo de la coronación se la trae el pairo y lo del Corpus -la cara B del día de hoy- más aún, así que anoche no lo desconecté. Y eso me ha evitado una primera experiencia homosexual bastante tórrida en cuyos previos yo me entregaba al asunto pero mi otro yo musitaba, desconcertado, “pero si a ti no te gustan las mujeres, ¿o sí?”.

Antes de que a algún advenedizo le dé por interpretarme el sueño en plan amateur, diré que no, que por el momento me mantengo en la heteroliga y que dormir en el suelo tiene sus consecuencias. El chilla out ha sido testigo de muchas madrugadas con velas y música tenue. De promesas de amor y desacatos. De confidencias y de revelaciones de alto voltaje con mis amigas y amigos. De una melopea tontorrona donde todo eran ventajas: si te tambaleabas enseguida estaba la pared. Si caías, la colchoneta y cojines como para alicatar tres veces Las Mil y Una Noches. De vorágine y de largos ratos de lectura sosegada.

El chill out es principio de verano, deshabillé y muchos cuernos a la etiqueta. Por eso a las Chukis les encanta dormir allí y contarnos las cosas mientras miramos el cielo y tiramos de la sábana santa compartida. Por eso cuando no estoy muy allá me sumerjo en su Oriente de pega y viajo a un punto lejano que se parece a Estambul y a su Bósforo, a un gineceo burbujeante que bebe té a la menta y aprieta las caderas en un ritmo frenético y descalzo. Y quiero estar allí, y tecleo “temperatura-Estambul-julio en Google y descarto el plan de inmediato. Con semejante calorina las caderas se derriten, se licúan, se vierten sobre el laberinto de esas calles que huelen a comino. Y las chukis insoladas no querrían oír hablar de la Mezquita Azul ni del Gran Bazar, ni de Topkapi.

Uno no puede dormir al raso que es el suelo y esperar que no haya consecuencias. Ayer nos acostamos perdedoras y hoy el barco avanza a toda vela. Ya está, no éramos inmortales. Todo lo que sube, baja, le dije a Minichuki que en el fondo sólo ama el fútbol que juega, no el que mira. Y pensé que pensaría Del Bosque ya en su cama, sin suelo que recoja sus huesos tan cansados. Tan lejos de su casa. Tan llorados. Y qué pensaría el Príncipe Felipe, tan Rey Felipe VI sin que un sapo besara los labios de su amada. Y qué pensaría ella, tan Letizia y hierática, insegura de armiño y de Varela.

Y me alegré de no ser todos ellos. De ser sólo una mujer con una niña al lado.  De arroparla a las cinco o a las seis, cuando el frío rondaba nuestros cuerpos. De pensar que es verano y hay viaje y hay futuro. Y hay una pila de libros a mi vera, esperando el momento, las señales.

Y he cogido el primero, Jasmina Reza, al azar:

“Cuando uno ha crecido con un concepto johnwayneano de la virilidad, no está acostumbrado a solucionar cuestiones como estas a base de conversación”.

Y he agradecido la muerte de John Wayne y las conversaciones con mujeres y con hombres que se tiran al suelo del chill-out. Y después he pensado…”¿le gustaré a Lydia Bosch, que ni siquiera me conoce?”…