“Su risa fue cortés, aunque debió de considerarme profundamente estúpida. Es del todo imposible en estos tiempos deducir algo sobre el nivel educativo de la gente por la manera en que hablan o se visten o por sus gustos musicales. Resulta más prudente tratar a cualquiera que conozcas como a un intelectual destacado”. Expiación. Ian McEwan.

Querido Ian: Permíteme que no esté de acuerdo contigo. Cierto es que hay apariencias que engañan, pero aún no he conocido a un hombre con zapatos blancos que no me parezca un hortera de espíritu, ni a una mujer con un libro de autoayuda en el metro (excepto el de Lorrie Moore) que no me haga bostezar. Hay accesorios que son categóricos, en el sentido kantiano. Y si alguien me escuchara decir esto en un espacio público, líbreme dios, pensaría sin duda que soy una pedante del catorce con ripios pobres sólidamente construidos entre los trece y los diecisiete años. Y fijo que acertaría.

Respecto a los gustos musicales, salgo también muy mal parada. Carezco de toda cultura contemporánea, aunque no llego a ciertos extremos. Recuerdo una comida con compañeros de trabajo donde uno aseguró que su mito vivo era…Melendi. “Tiene unas letras muy profundas, me remueve ahí dentro, en la patata”, enfatizaba señalándose el corazón. A mí me dio la risa floja y me sentí obligada a confesar que de joven bailaba a Julio IglesiasMe va, me va, me va, me va me vaaaaaaaaaa– y que lo más cerca que había estado del malditismo fue en mi fase Scorpions. “Eso sí, mayormente baladas, por lo de la patata, ya sabes…”.

Siento tensión delante de hombres que siempre llevan camisas negras. Y me encanta comprobar en el patio del colegio de las chukis que cierto cantante de los ochenta, Jaime Urrutia, sigue fiel a sus pitillos negro marcavenas, liofilizado en un tiempo pasado de excesos y chachachá. 

Respecto a los hombres con traje y corbata, admito categorías. Los hay cómodos dentro de las hechuras, seguros de sí mismos; los hay  encorsetados, y luego están los desparramados que siempre parece que llevan la camisa por fuera y la corbata retorcida. De los rígidos, relamidos y pluscuamperfectos huyo por defecto o provocan cortés indiferencia. Los descolocados, sin embargo son tiernos y me sugieren fantasías animadas sobre lo que piensan frente al espejo, cuando sus manos trepan del tercer al segundo botón de la camisa.

Saint Laurent por Slimane

Aún así admitiré que en ocasiones las apariencias engañan. Y es excitante desmontar tus propios prejucios delante de una mujer con zapatos marrones de monja si te confiesa que se ha pasado la mañana levitando con la rentree de Slimane (Saint Laurent) o que en otoño se pierde por los jardines de Madrid fotografiando hojas caducas para un álbum sobre la muerte y el tiempo. 

Pero respecto a las palabras, admirado McEwan, ahí sí que no puedo hacer concesiones. Son siempre reveladoras. No dan pie a equívocos. Y a la larga exigen su condena.

Cierta amiga del pasado se enrolló con un motero sexy, apasionado y bondadoso. El tipo tenía sobresaliente incapacidad para coordinar los tiempos verbales y una tendencia enfermiza a eliminar las consonantes del final de los adjetivos. Por si fuera poco, no faltban en su discurso frases hechas, ripios vulgares y coletillas del tipo “ya te digo” que bien dosificadas no hubieran sido relevantes, pero por acumulacón componían una sinfonía dodecafónica insoportable. “La única manera de continuar era no tener conversaciones”, se lamentaba ella. Y, mudos los dos, se apagaron la pasión y los decibelios y el hombre salió con la música motera a otra parte. A un lugar confortable donde recuperar la paz y la palabra.

De manera, querido Ian, que admito que los prejuicios han hecho mucho daño a la humanidad, pero eliminarlos de raíz sería catastrófico. Somos un amasijo de percepciones convertidas en teorías sólidas con las que salimos cada mañana a las aceras. Con ellas nos aproximamos a los demás y construimos unas coordenadas que, el día que se pulverizan, nos provocan un hormigueo inquietante y a mitad de camino entre la emoción y el escarmiento.

“Querida señorita Morland, considere la terrible naturaleza de las sospechas que ha albergado. ¿En qué se basa para emitir sus juicios? Recuerde el país y la época en que vivimos. recuerde que somos ingleses: que somos cristianos. Utilice su propio entendimiento, su propio sentido de las probabilidades, su propia observación de lo que ocurre a su alrededor. ¿Acaso nuestra educación nos prepara para atrocidades semejantes?” Jane Austen. La abadía de Northanher

pd. Aviso, este video es super cursi. Para escuchar con los ojos bien cerrados! No respondo de las consecuencias de mirarlo (estatua de sal, Lot y etc)