Obama me ha pinchado el teléfono, estoy segura, y se ha enterado de secretos  de trascendencia mundial. A estas horas y sabe que mi madre perdió el bote para la muestra de orina de sus análisis y que me mandó un wasap la otra noche por si me sobraba uno.

-Pues no suelo guardar botes de esos, verás, pero si quieres uno de mermelada o el de la salsa del pollo asado te lo lavo con Fairy y a correr…

Puede que el presidente sospeche que “bote” y “mermelada” son palabras claves, fruto de una endiablada encriptación de intenciones, y lo mismo tiene a dos o tres espías estudiando posibles interpretaciones  y con eso mantiene una tasa de empleo nacional que ya querría pillarla Rajoy para sí.

Espiar es muy feo, pero entiendo a Obama porque todos hemos sentido la tentación del fisgón. Leer el diario de tu hermana, mirar tras una cerradura, cotillear los mails de un novio que te la está pegando, estás segura, o escuchar conversaciones de teléfono. Lo más interesante de la vida sucede a oscuras, cabría pensar. En ese territorio negro donde eres sin temor a ser juzgado. Las imposturas abajo. La desmesura, el sentimiento liberado de la dictadura del recato.

(La buena reputación es conveniente dejarla caer a los pies de la cama. Hoy tienes una ocasión de demostrar que eres una mujer además de una dama).

Pero si impones cautelas en esos territorios de intimidad radical, dejas de ser tú. Empiezas a editar esos mails apasionados y eliminas términos ambiguos o fruto del arrebato. Y te conviertes en un administrativo muy eficiente que desposee de toda pasión sus intenciones. Y la ausencia de pasión es la muerte. No conozco a nadie desapasionado que sea mínimanente interesante o merezca los desvelos de una chica. Como tampoco conozco conversaciones de enamorados que pasen las normas ISO del cortejo sin sonrojos. Nadie ama según un guión de película de Bogart. Somos torpes, inconexos o, mucho peor, cursis.

(Y el fisgón que fisga a un cursi tiene tres años de condena).

Así que una cosa te digo, admirado Obama, líder del mundo libre (esa sí que es una ironía encriptada). Si tienes previsto espiar a alguien más interesante que Merkel o Rajoy, háznoslo saber porque mis amigos y yo queremos estar preparados. Ensayaremos conversaciones irreverentes con su charme. Haremos declaraciones de amor tan subidas de tono que tus espías te las servirán con pitidos o con palabras clave despistantes.  “Te voy a hacer un Afganistán que va a arder Siria, mon amour”.  Nos verás rugir de placer mientras imaginas un despliegue de tanques en alguna frontera. “¿No me vas a meter un dron esta noche, cariño? ¿y un sarín de esos tan sexys que guardas en el arsenal de tu lujuria?”

Guerra a la prosa con sordina. Espiemos a lo grande, seamos sorprendidos en debacles que incendien las redes. Editemos los formularios, no los versos del corazón. Volvamos locos a esos tipos que se ganan la vida interceptando las peores intenciones. Y no leamos los mails ajenos ni esos wasaps que rompen las parejas. A veces uno no es lo que escribe arrebatado, sino el poso que le queda cuando recibe una respuesta fría como el acero.