Últimamente investigo a esas personas que sólo te tratan bien o te hacen caso cuando las maltratas. Tú te acercas con normalidad y te regalan desdén, indiferencia y distancia con unas gotas de altivez.  Pero si tuerces el gesto, ensayas el mohín displicente y te das la vuelta los tienes bebiendo de tu mano. Son enfermos, me temo, y entrar en su juego es contaminarse.

Los mecanismos humanos de defensa son complejos. Es fácil caer en las redes de quien busca que lo hieras para excitarse, pero a eso se lo llama masoquismo por más que no se usen capuchones negros de cuero ni latigos de siete colas. La infancia, ese falso territorio de felicidad, contiene un mapa del dolor donde se fraguan muchas conductas anómalas. Y como veo que me estoy metiendo en camisas lacanianas de once varas lo dejo ahí, que el colegio de psicólogos podría cuestionarme y hundir mi sólida reputación de cuentacuentos pret a porter.

Todo esto venía a que ayer mi querida A. colgó en su muro un cartel que decía: “El que te quiere, te busca. Así de simple”, lo que desató una tertulia muy sesuda en casa. “Mamá, ¿si te viene a buscar con la Vespa te quiere menos que si lo hace con el coche?” “¿y si es en un cohete espacial es que te quiere muchísimo?”. Sí hija, en ese caso es que te idolatra. Fijo. 

El amor busca pruebas, exige pruebas desde que tienes quince años, incluso antes. Esos novios que esperaban tu desdén para activarse debieron quedarse ahí. De adultos son amantes descatalogados, coquetos seductores que se diluyen como alkaseltzer en agua. Cuando doy a las chukis semejantes lecciones abren la boca y respiran hondo. Una madre divorciada, imagino, no es un gran ejemplo de educación sentimental a priori. Salvo cuando llega al capítulo de “buenas razones para romper” que, en realidad, debería ser el arranque de cualquier libro del buen amor. “Si no te busca, si no lo buscas, es que no lo/te quiere/s”.

Lo peor de todo es que cuando te buscan y te quieren no cae el cartelito de The End y suenan los violines. O no siempre. Viene a ser como aprobar la Selectividad, pero entonces empieza la carrera y en esa no hay Vespas no cohetes que valgan, sino mucha paciencia, mucho perdón, mucha mano izquierda… y ahí las chukis no pueden esperar grandes lecciones, me temo. Ayer alguien muy querido hablaba de su mujer, de las dificultades, y añadía: “es la persona más fiel que conozco”. No se refería al sexo, sino a su forma de estar en el mundo. Me pareció conmovedor.

Si te quiere dirá de ti cosas parecidas. Eso he aprendido.