Así que lo que he estado haciendo toda mi vida ahora se llama nesting. O sea, anidar y disfrutar de tu casa el fin de semana. Leyendo, cocinando, escribiendo, mirando al techo, cortando patas de sillas o pintando a la tiza… Y que tan industrioso afán  pone a raya a la ansiedad, esa enemiga íntima, y aporta lucidez.

Encima ahorras (si no fuera por Amazon, esa tentación que vive arriba).

Cuando la vida te regala un término cool para revestir de dignidad una actividad cotidiana con tintes peyorativos (quedarte en casa=ser un “cuevas” o “hacerse un Puértolas” tal y como lo llamamos en mi familia en homenaje a mi abuela), sólo puedes dar palmas y celebrarlo. Sobre todo si no estás en tu ciudad, ni en tu casa, pero has conseguido ese milagro de calzarte las zapatillas y hacer de un espacio extraño un lugar de ti mismo.

Afuera, el viento se desgañita y curte las esquinas de las casas. Al fondo el monte que custodia el románico astur, misterioso y fatigado de hordas con bastón trastabillado de alpinista. En la mesa, una taza de porcelana blanco roto me mira con descaro. Detrás, un poco a mi izquierda, las estanterías cuajadas de libros que mi desconocido casero (Airbnb, yo te aclamo) ha dejado al aire en una impúdica operación de striptease que yo no sería capaz de imitar.

De las casas ajenas me tientan más las librerías que los cajones. Un hombre que lo intuyó el primer día y me invitó a su casa me condujo directamente a su librería y me mostró, emocionado, sus volúmenes favoritos. Era de largo la hora de comer, pero a él no parecía importarle y a mí tampoco. Había que saciar antes la curiosidad que el estómago.

Aquella primera cita no se me va a olvidar en toda mi vida.  Un oso enorme, de piel nevada,  nos vigilaba desde otra estancia y el calendario juraba que era viernes. Antes, habíamos visto una exposición de hiperrealistas en el Thyssen. Después yo me fui al teatro con amigos, rendida y exaltada.

Lo que aquel hombre sin duda inteligente -hoy escaso de presencia pero siempre cercano-  me estaba mostrando era su nido. El lugar donde practica el nesting los fines de semana. Y también que todo ser que disfruta de su casa y la hace su cuerpo tiene mi simpatía. Sospecho de los rapsodas que siempre vuelan a la puerta como si un fantasma los espantara. Admiro a quien con el hatillo a cuestas ha sabido convertir un rincón, incluso de casa compartida a una edad madura, en un oasis donde sentarse a pensar, hacer collage y contemplar.

Las casas, de eso hablo. O más bien de la valentía y el riesgo de convertirlas en un templo. Un taller de reparaciones de ti mismo; una tarde de lluvia, como ayer, sin levantar una ceja ni quejarte de la mala fortuna, disfrutando del hallazgo jubiloso de un ambientador que será el olor de mi casa de pueblo con patio. Cosas bobas que te alegran la vida.

Museo Bellas Artes.Oviedo

Y escribo pocas horas antes de cerrar esta puerta, en la mesa de madera tosca que me acoge. En una ciudad, Oviedo, que siempre será mía. A la que vuelvo con inquietante coartada médica de tanto en tanto, y no dejo de entrar en esos sitios que me llaman a voces: el museo de Bellas Artes con ese Palazuelo en la escalera, el Ramón Casas grande o el misterio de las rosas calaveras de Luis Fernandez; el bar Casa Ramón con su tosta de foie en la plaza del Fontán, allá donde pisó García Lorca. La cuesta de Canónigos, la sacristía de San Isidoro y esas velas que enciendo sin falta con la fe del descreído, militante y contumaz. La torre de esa catedral donde escucho los pasos orgullosos del magistral y siempre espero un milagro. La Cestería llena de hallazgos vintage que la segunda mano convierte en tesoros (gracias, Olegario). La tienda de pinturas de Benigno, un señor elegante de hablar pausado con el que te tomarías un cafe o una fabada. El bistró 26º de tantos desayunos…Las flores del mercado.

Y sé que voy a volver, que siempre vuelvo, y siempre es lo mismo o diferente. Y esta casa con libros y con discos la siento un poco mía. Y mi espectro se queda haciendo nesting. Calentando la silla, mirando los tejados, afilados de viento, soberbios, imperiosos,  familiares…