Leí que un famoso escritor de best seller (al que no frecuento) había tenido que retirar un tuit en el que venía a decir que “La La Land, La ciudad de las estrellas” era un bodrio de película ante la reacción violenta que se había desatado en la red social contra su opinión. Me dio miedo. Imaginé Tuitter como un avispero de alta excitación donde los aguijones se clavan sin piedad y sin temor a más represalias que el pinchazo de otro y su veneno.

Me asusta la dimensión de vendetta que puede adquirir un clic. Hay quien se venga de un ex jefe tuiteando lo que otro disparó con mala baba. Es muy fácil (y cobarde) sumarse a un linchamiento como es muy fácil comprar en Amazon. Das a la pestaña correspondiente y un mensaje te dice que el paquete está en camino. Ni siquiera tienes que meter tu cuenta bancaria una vez que lo hiciste en tu primera transacción. No hay lugar a la duda, al titubeo. Es fácil y limpio, como el crimen perfecto.

La inmediatez tiene mucho peligro. Impide la reflexión. Filtrar el impulso y en lugar  de asumir que otro puede pensar distinto que la masa, acribillarlo por no ser masa. Comprar lo que no necesitas porque está ahí y es barato, y además odias entrar en las tiendas, esa ceremonia del tanteo de la marcancía, el mohín delante del espejo; la tarjeta de crédito entre tus dedos, la responsabilidad del gasto.

No demonizo las redes sociales ni tampoco pretendo denostar la comodidad del clic. Hace tiempo que no hago colas en los cines; hace tiempo que me puedo sumar a causas nobles, denunciar escándalos o pedir solidaridad ante un caso flagrante de abuso y a los pocos segundos alguien al otro lado  responde; se adhiere, comenta, redondea mi proclama. Hace años que escribo este blog con mis reflexiones matutinas y disfruto del feedback que recibo. Somos más comunidad que nunca, y por tanto podemos ser más grandes, generosos y constructivos que nunca. Pero también más miserables que nunca; más maleducados, más impertinentes, más crueles, despiadados y temerarios. 

John Turturro en The Night of

Imagino que quien usa la tecla para agredir se olvida del peso de su acto en cuanto pasa de pantalla. A otra cosa, que el tiempo aprieta y el resentimiento pide paso y no se agota. Somos más libres que nunca, ¿lo somos? Podemos opinar, pero ojo con que lo que opinemos sea del agrado de la mayoría. De lo contrario, seremos crucificados sin contemplaciones. Sin un debate de ideas, a manotazo limpio.

A nadie le gusta que le lleven la contraria, pero es un gusto que te desmonten un argumento con otro mucho mejor, más sólido y elevado. Te hace crecer. Si por el contrario tu opinión recibe un insulto que se convierte en un millón por obra y gracia de las hordas ansiosas de sangre, es posible que te bloquees y hasta que llegues a tener miedo a salir de casa y cierres tu puerta que es tu cuenta. O que te lo pienses dos veces la próxima vez antes de ir a contracorriente.

A riesgo de que me linchen los expertos en cine de calidad, que al parecer los hay por millones, diré lo que pienso de “La la Land”. Me atrapó el principio y sobre todo el final. Ese recurso a la ensoñación, al ¿qué hubiera sido de mi vida si…”. Disfruté con la expresión de colores, con la frutal belleza de los protagonistas y se me fueron los pies un par de veces, las ganas de bailar por el pasillo. Esa sensación de ligereza y celebración del gusto por la vida. Pero el cuerpo central de la película me pareció aburrido y falto de ritmo; los números musicales poco virtuosos y hasta mal imbricados en la historia. En fin, que no creo que en unos años recuerde la película, como sí recuerdo West Side Storie.

Luego, por la noche, empecé a ver la serie The night of y me quedé atrapada en su trama, en la oscuridad de sus personajes y hasta en los  pies con eczemas de John Turturro.  Reconocí trazos de Colombo, de Canción triste de Hill Street, de Twin Peaks… Me quedé con ganas de seguir cuando acabó el primer capítulo, con el ansia de sumergirme en la negrura de una de polis con fuste. Y como podía, le di al clic y HBO me respondió de inmediato con otro glorioso episodio.

Ojalá nadie me insulte por estas divagaciones. Son mis opiniones, acertadas a no. Respeto las vuestras, respetadme. Es martes y los martes los carga el diablo tradicionalmente. Y los trolls no duermen, por desgracia.