Manhattan

Lo confieso: anoche huía del Carrusel Deportivo y me encontré en las ondas con Garci.  El hombre defendía su nueva película sobre Sherlock Holmes (‘Holmes &Watson. Madrid days’) con su conocida erudición y un relato tan bien urdido que me impidió apagar la radio. Sí, vuelvo a confesarme: Siento debilidad por las personas que construyen bien las frases y les ponen música. Me pasó también el otro día con Clinton, ese hombre tan suelto que se movía por el escenario de la Convención Demócrata con maneras de estadista relajado y todo su pelo.

A Garci también le queda pelo por peinar. Y ayer, en una emisora de derechas, contaba cómo le tiene especial cariño a películas como “Asignatura pendiente”, “El Abuelo” o “Tíovivo”. Yo, que nunca he sido muy garcinómana, recordé sin embargo una que me encantó en su momento: El Crack (1981). Cine negro del que no he olvidado la secuencia de una explosión y la cara desencajada -primer plano, diría- de Alfredo Landa. Ese Garci molaba, al de después lo encontré cursi, pretendidamente intenso, manierista y más para abuelas que para el público en general (y que sus seguidores me perdonen). Pero anoche el cursi se bandeaba con las palabras en su línea, citando a Tom Ford, a su cine favorito –“Tú y yo”, retuve, filme que yo también amo- y su vehemencia me acunaba hasta que pronunció una frase que me sobresaltó:

El Crack, 1981

-Yo estoy mayor, y lo noto en que prefiero ver películas de antes y leer libros que ya leí. Se supone que “El árbol de la vida”, de Terrence Malick, es lo mejor que se ha hecho según una lista que acabo de conocer. Pues a mí no me gusta nada. ¿Que cuál es mi favorita? “Manhattan”, de Woody Allen.

¿Hacerse mayor es preferir lo que fue a lo que vendrá? Pues es posible. De ahí que haya ancianos de veinte años y jovenzuelos de sesenta.  Siempre he pensado que la nostalgia era un pasaporte al asilo. Un billete sin retorno a ese país donde nada se tira por el desagüe y donde se respira aire viciado. Todos hemos tenido profesores que repetían la misma lección año tras año. Arcadia se llamaba una que nos dio Historia del Arte a las niñas de las monjas. Siempre llevaba el mismo pelo, teñido de un marrón castaño y ahuecado, siempre las mismas gafapastas, siempre esos trajes de chaqueta de pata de gallo (también marrón, va a ser que odio esa gama desde entonces). Y siempre esa forma desapasionada de hablar de Miguel Ángel o del Cinquecento como quien habla del gotelé o el mapa del tiempo. 

Aquella mujer olía a naftalina y no sé qué música escucharía en casa. A Garci le mola Nat King Cole y hace películas de Sherlock Holmes ambientadas en el Lardhy, ese restaurante antiguo y cercano a Sol donde mi madre solía llevarnos a comer croquetas con caldo de pollo. Antes de dormirme concluí que Garci domina el gracejo de lo que fue pero ha renunciado a respirar aires nuevos. Y que puede que El Crack y su detective Germán Areta sean lo más moderno que ha hecho en su vida. O que yo sea una ignorante y me haya quedado allí, acumulando prejuicios sobre un cine pretendidamente sentimental que no he seguido con demasiado fervor.

Y una pista más: Acabo de recordar un dato clave que una vez leí sobre este director: a todas sus novias las lleva al mismo hotel de Nueva York.

Definitivamente, el hombre del verbo florido se ha quedado a vivir en un territorio fantasma. Y de esto no le salva su lengua, ni la música. ¿Le extraña a alguien que su película con Oscar se titule “Volver a empezar”?