Mi querida Big-Bang:

El eje de la tierra de ha desplazado ocho centímetros y el de mi corazón un metro y medio. Lo primero, por efecto de un terremoto. Lo segundo también. Me gusta que me saquen de mi eje, ser móvil y hasta reversible. Me asustan los pilares de hormigón armado, el nonosmoverán, la frase rotunda y el verso concentrado. Un eje móvil es un alarde de flexibilidad, y las rígidas de carácter adoramos que el viento nos vuelva juncos por un día, plegables como mi bicicleta, seres curvos. Caber en distintos maleteros, ser incluidas en los planes familiares, en los planes idílicos y hasta en los planes de pensiones.

Yo nací sin cintura y de ahí mi rigidez. “La complexión atlética es lo que tiene, bonita”. Cierto, pero miraba a Audry con esos vestidazos ceñidos de Balenciaga y se me ponían los dientes largos. Yo quería una cintura estrecha, aunque el pack viniera acompañado de unas buenas caderas y celulitis en los muslos. Una mujer sin cintura no puede plegarse a los deseos de nadie, ese es el quid de la cuestión. Una mujer sin cintura discute en un único plano y avanza por él con la seguridad de que no hay vanos que puedan romperlo en dos. Una cintura es una bisagra voluptuosa, un quiebro de debilidad tan grácil que bien vale una misa y hasta arder en el infierno.

Yo quería una cintura para partirme, sí, pero también para bailar la danza de los siete velos. Convengamos que sin talle no hay paraíso, y lo sé porque nada me parece más eterno que una mujer que avanza con una gabardina ceñida apenas y el bolso atravesado. Sin cintura soy más bien la caballería rusticana tomando la ciudad, un monovolumen acelerado que abraza la desestructuración como modelo de supervivencia estética. Yo me deconstruyo, tú te deconstruyes…

Pero descuida, que este trauma lo tengo superado. El eje del mundo, al desplazarse, ha desencadenado un movimiento sísmico tal en mi anatomía que juraría haber amanecido desplazada y curvilínea. Las sacudidas en la escala Richter son así, brutales e inesperadas, y hoy mido a palmos mi contorno y me sobra casi uno. Milagro, milagro!!!, grito por el salón, mientras me dirijo a escoger, por fin, un cinturón que me contenga y me vuelva violoncello, guitarra o violín. Arranca la orquesta, saludo al director, el concierto de mi vida-junco acaba de comenzar. Apaguen sus teléfonos móviles.