Mi querida Big-Bang,

Mi compañera y sin embargo amiga M. recibió ayer una sartén antiadherente como cohecho. Yo,por mi parte, fui agraciada con una maceta rota que incluia semillas de perejil y un saquito de tierra para plantarlas y ver pasar las horas esperando el brote (psicótico, digo yo). Que sepan las marcas que a mí se me compra fácilmente, sí, pero no tanto. Una cosa es la sartén, poco glamourosa, una invitación a regresar a la cueva doméstica. Pero otra es regresar al origen de la humanidad moderna, del hombre labrador que se desriñonaba con el azadico de piedra entre las manos. Por ahí no paso.

Vamos a ver, ¿qué tienen los que me tientan con regalos tan prometedores contra los ramos de flores, los rubís o las cartas de amor? ¿No saben que a las mujeres, incluso a las más retorcidas, se nos conquista con las viejas fórmulas de cortejo? ¿Qué vendrá después del perejil, un kit de betún y cepillo para que lustre mis Loubutin, un puzzle de Letizia y el Príncipe de 10.000 piezas o una gitanilla para poner encima del televisor? Sólo una cabeza malvada puede urdir estos desatinos envueltos en celofán.

Lo peor de todo no son las semillas, es la humillación de haber abierto la caja delante de mis compañeros. “Ohhh, esto tiene una pinta de broche de Tiffany que te cagas”, dijo uno. “Al fin se han enterado de que desayunas con diamantes, nena”. Y yo puse el típico gesto falso de “no creas, será un pisapapeles de opalina con mis iniciales grabadas…” Pero no. El saquito de tierra no llevaba piedras preciosas dentro, y las semillas de peregil carecen de efectos alucinógenos, así que compuse un mohín displicente y tiré el completo a la basura. Que germine el Valdemingómez.

¿Acaso no merezco que alguien intente comprar mi voluntad? ¿Es porque tengo pinta de mujer íntegra, por dios bendito? ¿No saben que no le haría ascos ni a un apartamento en Marina DÓr, un suponer? Soy fácil, facilísima. Y los únicos que parecen haber pillado el mensaje son los fabricantes de bebidas alcohólicas, que me envían de cuando en cuando una frasca de… whisky, cuando lo mío es la GI-NE-BRA.

Claudico. A partir de ahora no pienso abrir los paquetes. Los dejaré en la estantería para soñar. Quiero mantener la ilusión de que ahí afuera alguien quiere corromperme con tentadores ofertas. Adelante con la manta eléctrica de cuadros o el tendedero desplegable con pinzas a conjunto. Mi orgullo ha sido pulverizado, he entendido el mensaje. Estoy en venta, de rebajas. Al mejor postor.