Mi querida Big-Bang:

En noches como esta, una ve pasar toda su vida por delante. Y hasta da tiempo a rebobinar varias veces. Sufro picos de existencialismo del más lúgubre, sí, pero al final me sale la vena Marisol y la vida es una tómbola.

A lo que te iba: mis hermanos los calvos -o sea, todos- están muy preocupados por las intimidades que vuelco en estas líneas. Dicen que ya está bien de airear los trapos sucios de una familia con taras, sí, pero sólida como la copa de un pino. Yo les digo que lo del pino no viene a cuento, que ese chascarrillo no se adapta bien a la estructura familiar, pero ellos erre que erre y, que ya que hablo en plan general de sus alopecias, ponga nombres y apellido. Vamos, que quieren su cuota de fama, sus quince minutos warholianos, aunque sea a costa de hacer sangre, befa y mofa.

Tengo un ex novio del pleistoceno superior, el único en su categoría que ha pasado a ser amigo, preocupado por mi ácido pesimismo radical y por si estos desvaríos me llevan demasiado lejos. Yo intuyo que me imagina como a la Wolf, con una enorme piedra atada al zapato y en el Volga, un suponer, porque ríos con opción a suicidio no hay demasiados por estos lares, si no contamos las zanjas húmedas de Gallardón.

Bien, debo decirle a mi amigo que de suceder algo tan funesto -Karl Lagerfeld no lo quiera-elegiré un reality show, porque ante todo una es contemporánea, y además los ríos me dan frío y las búsquedas fluviales de cadáveres son muy enrevesadas.

Mi hija mayor, sin embargo, me anima a caricaturizarla con saña: “sí, mami, invéntate que soy gótica y eructo en el patio porque mi adolescencia me hizo así”. Digna hija de su madre, ha incorporado la fantasía truculenta a su ADN con tanta naturalidad que da miedo. Incluso a mí. Pero cría cuervos y tendrás muchos…

Mis amigas de más de veinte años ni rechistan, las pobres. Saben que en el pack de la amistad eterna entran estas pequeñas veleidades mías y que a veces me paso tres pueblos detallando sus miserias. Pero ya les digo yo: chicas, peor sería que os castigara con el látigo de mi indiferencia desde el balcón del desdén, ¿o no?

Bien, me dispongo a atacar otro día insomne con pocas garantías de éxito pero toneladas de ilusión, como una Marisol talludita encaramada al tiovivo. Amado hermano mío, seguirás inmerso en la desazón de no saber si relato o fabulo, pero no me negarás que hay que darle un chute de imaginación a la cosa, o moriremos ahogados en rutina o gin tonic. O ambos, un maridaje explosivo. Ándate con cuidado que, como coja carrerilla, contaré la verdadera historia de tus dientes rotos y a ver cómo se lo explicas a papá.

Jejeje, qué poderío dan el espacio en blanco y mis dedos frenéticos de escritora maldita. Que lluevan los marrones, que estoy preparada. Las ojeras me cuelgan hasta la cintura, pero bien mirado eso me da un aire mucho más Wolf e interesante. Y yo también tengo mi habitación propia…