Poco a poco la rutina regresa como un bálsamo. La noche interrumpida antes del quiebro del sol. Las lecturas breves previas al sueño que te hace caer como un púgil que besa la lona, ensangrentado (Ayer “La Musa Oscura”, de Armin Öhri (ed.Impedimenta) , arranca presentándonos a la víctima de un asesinato: una limpiadora de matadero de día y prostituta de noche. Carne contra carne. En un momento dado, al principio, habla de su “menstruación” y la palabra me produce cierto rechazo formal. Imagino al traductor planteándose si poner “regla” o “periodo”, o uno de esos circunloquios imprecisos que todos entendemos y provocan un misterio innecesario en torno a algo tan orgánico y cotidiano).

Cierro el libro. Enseguida la radio con las voces de opinadores profesionales y justos de criterio, pero altamente seguros de sus juicios y pagados de sí mismos. Luego el túnel oscuro que es ese ataúd del sueño.  El limón templado nada más abrir el ojo, esa acidez inquieta que precede y ennoblece al café. La escritura.

Con el paso del tiempo se ensanchan las distancias, se gana perspectiva, se activa el desencanto, se le mata para que deje de gritar. Se aprecia la virtud de lo minúsculo. La sorpresa, intacta, sin embargo. Tomo notas mentales de aquí y de allá para alimentar a mis dos personajes, dos fieras sibaritas que no calman su hambre con morralla. Adjetivos precisos, golpes de efecto sencillos pero nutritivos. Y esa necesidad, casi una urgencia,  de que no sean lo que parecen, del juego del despiste para que el lector no viole un desenlace mal urdido, sino que sea atropellado al llegar al The End.

Y el repaso al torrente de un día con muchos avatares cotidianos:

F. me escribió que ha aprobado el carnet de conducir (¡¡¡Enhorabuena!!!). R. que anda de ruedo en ruedo, por las plazas de España. C. que ya ha sacado los billetes  para nuestro viaje de amigas de la universidad (Volver a Fez es tan prometedor e ilusionante..) .  A. que ha tenido una parálisis en la cara, al parecer un virus, y se le cae la sopa cuando come. MJ que nos han tocado 1.5 euros a la bonoloto…Mi madre que celebra en casa su cumpleaños…La artista antes llamada Minichuki que “siente decirme que esta noche va a dormir en my bed”. J, que su ordenador ha vuelto a ponerse en huelga…

JM que el hijo de X ha muerto.
JM que el hijo de X ha muerto. 

Y todo lo demás es una nebulosa de polvo, que pasará con el soplo de una brisa otoñal. Y el hijo muerto que nunca conocí se impone sobre todo, las piezas de la vida y de la muerte se organizan como un Lego de múltiples colores. La escala del dolor tiene ese extremo, esa punzada que no encuentra palabras de consuelo. Ni siquiera palabras que no sean lugares comunes, fórmulas frías para  alejarnos de ese volcan durmiente y traidor que es el destino.

Y la cuenta de motivos reales para sentirse mal es de risa, si lo miras así. Y sin embargo duelen los motivos banales como molesta el ojo algunas veces. Y no hay colirios para el miedo, ni para la indiferencia. Ni para comprender al ser humano algunas veces. Ni para la decepción, ni para las malas letras.

Y asumo con pesar que leo menos porque ando alimentando dos alien en mi mente que son protagonistas de una historia que podría acabar en un aborto, o yo qué sé. Y entre “menstruación”, “regla” o “periodo” yo pondría sangría o torrentera (la última prestada por su autor, ese hombre  bienhablado y sin ego que opina sin hacer juicios y jamás alardea de su genio, el antitertuliano de salón).

Y espero que este martes nos pille bien despiertos y sin grandes titulares de pánico. Bendecidos de aceras y de sol tibio con fresco de rebeca  ligera y foulard como soga dulce al cuello.