Mi querida Big Bang,

Sigo con mi insomnio pertinaz, pero al menos anoche conseguí que se me durmiera la pierna izquierda. No sé si es un gran paso para la humanidad, pero sí un pequeño avance para mi cerebro exhausto. El problema es que el hormigueo en la pierna te hace aún más consciente de que el resto del cuerpo está de guardia y sin fusil.

Como he venido a un pueblo y quiero mimetizarme con el estilo de vida local, dejé el Orfidal en el cajón de mi mesilla urbana. Los de pueblo no se drogan. Eso sí, se meten unos peroles de cocido montañés que al concluir sólo les queda una opción: desplomarse en el sofá de skay a dormir la digestión eternamente. O la mona.

Yo, como no duermo, he decidido prescindir del cocido montañés y hasta de las sardinas, no sea que también sean contraproducentes para lo mío. Me centro en los espirituosos locales y en el gin, que te dejan cierta sensación de somnoliencia y te predisponen a la sociabilidad. Anoche, sin ir más lejos, me empujé una copichuela y me eché al prado a contemplar las estrellas. Había muchas, muchísimas, juraría que más de la cuenta. Y lo que iba a ser una experiencia relajante para urbanitas ebrios se convirtió en una pesadilla. ¿Dónde estaba la Osa Mayor? ¿Y Venus? ¿Esa luz que brillaba potente en lotananza era un OVNI o la bromilla pesada del vecino de enfrente, que quiere confundirme por borracha y por desestimar su cocido montañés?

Menos mal que me queda Carla Bruni, el antídoto ideal contra el insomnio, el alcoholismo y la incompetencia en materia estelar. Oye, que pones a tope su hit-parade de cuando aún no se había ligado a Sarzoky y de repente estás muy buena, has crecido 20 centímetros y te sientes capaz de dormitar con un ególatra al lado, si procede, escuchando La Marsellesa. Buenas noches.