Leo con placer los artículos de Sebastián Álvaro en El País Semanal cada domingo.

En ellos reconozco el tono que me arrastraba a pegarme al televisor para ver su programa “Al filo de lo Imposible”. La mezcla perfecta de literatura y aventura. Con una voz en off que te llevaba a otro tiempo, cuando los hombres atacaban las montañas sin más equipo que unas botas de cuero y la fe inquebrantable en sus piernas, en su capacidad de sufrir.

Los del Filo siempre me parecieron unos románticos. Era como si sus figuras se tornasen sepia cuando comenzaba el relato de su gesta, envuelto en nieve, en planos picados y en sobrias manifestaciones de pánico que alguna vez terminaron con fatalidad. Pies congelados, pérdida de falanges y algún responso a la falda del K-2. Nada que los detuviera.

Sebastián Álvaro y los suyos eran héroes, sí, pero tenían una visión contenida del espectáculo. Luego llegó Calleja y confieso que caí brevemente en sus brazos, en el tatatachán peliculero y en su exhibición de las legañas cuando despertaba de madrugada antes de cada aventura.

Creo que dejé de amarle porque no guardaba tras de sí buena literatura. Era un folletín de serie B trufado de chistes que reí en su momento. Y alguna excatología que rechacé por innecesaria y vulgar.

Jesús Calleja y su Desafío Extremo underwear

A los del Filo nunca los vimos en esa tesitura. No era su estilo. Su relato estaba dotado de una elegancia que eludía la retórica vana, la floritura en avalancha, la filigrana vestida para matar.

Y así son los textos de Sebastián Álvaro cada domingo. Un placer literario donde nada sobra ni falta. Textos que me hacen soñar con descripciones tan vívidas y precisas que ayer, subida en un tren, no sentí la alta velocidad durante el rato que me entregué a su lectura, arrebatada del espíritu de Amudsen, de la osadía de Mallory, del pulso firme de Sebastián para hilar un relato que bebí sin respirar, pero sin ganas de que se terminase.

Como lectora impaciente me exasperan las descripciones que no me llevan a ninguna parte. Si debo mirar el aleteo de unos pingüinos necesito por qué, aunque el por qué sea la pura contemplación de un escenario donde un hombre exhausto y sus compañeros están a punto de llegar, con sus enormes mochilas y su sudor congelado. Sebastián Álvaro lo consigue, y me hace un poco más feliz cada semana.

Quizás por eso hoy he soñado con cumbres de aristas imposibles y con el romancitismo de las gestas de antes. Y me he propuesto rescatar las lecturas que me llevan a hazañas de héroes con música de contrabajo y un final que podría haber rematado cualquiera de las grandes novelas de viajes del siglo XIX.

La aventura con literatura es como un gin tonic en un atardecer sobre una playa fría. Un instante perfecto que te deja el mejor sabor de boca para tu espíritu, harto de bazofias y textos mediocres donde sobran adjetivos y faltan justificaciones.

Sebastián Álvaro, sigues siendo mi héroe aunque echo de menos las tardes de domingo Al filo de lo Imposible. Una de las fatales consecuencias de la crisis, dicen…