Campamento urbano

Ando desazonada como quien pisa sal descalzo. No sé qué hacer primero: salir a votar o salir a correr (la versión casta de aquel chiste/dilema sobre  tirarse al Metro o a la taquillera).

Salir de mi cuerpo, la tercera vía,  ya la he intentado. Sin éxito, por el momento.

Tampoco sé por qué llaman al día de elecciones “la fiesta de la Democracia” si ni sirven alcohol ni hay macizos merodeando ni suena “Happy“, ese himno pegadizo y facilón.

En mi barrio, apodado “Zona Nacional” o “Parque Jurásico”,  según impere la perspectiva ideológica o biológica, triunfa el guateque de pantalón de pinzas replanchado y collar de perlas atemporal. ¿La banda sonora? Un mix entre Oh Mio Bambino Caro y Que viva España, sin olvidar a los Hombres G, nuestros héroes locales (sí, Marta la del Marcapasos era una de las guapas oficiales de mi cole. Otros presumen de ministros y Premios Nóbel)

Porque no tengo cuerpo de fiesta, sino más bien esa desidia mundial que te invade cuando debes ir a un evento que no te apetece en absoluto y miras de reojo el vestido sobre la cama y los stilettos se parecen a una cama de faquir.

Además, sufro la resaca de la derrota. Me da lástima que el Atletico haya rozado la eternidad pero en el último momento una voz poderosa haya clamado: “No te vistas, que no vas“. (Y eso que el fútbol, salvo el que juega Minichuki, no me interesa). Y Cristiano Ronaldo, ese efebo de mirada torva depilado hasta el paroxismo, no me provoca alteraciones en el pulso, como a muchos. Será un dios, sí, pero yo lo veo como el dios de los encargados macarras del gimnasio y espero que la afición vikinga me perdone.

Simeone re-animando

Alguien en mi wasap hablaba del asunto de ayer en términos de “ricos” y “pobres” y me produjo esa familiar sensación de rechazo. La conciencia de clase llevada a todos los territorios -en este caso al césped- ha hecho mucho daño a la humanidad. Prefiero pensar que los hados no estuvieron de su parte, pero les han permitido soñar. Y el sueño sí que es democrático. Y si es sin pastillas, una fiesta que ríete de la de la Democracia aunque dieran gin-tonic a la puerta del colegio electoral (por cierto que en este Parque Jurásico hay señoras muy enseñoretadas que desayunan espirituosos. Sue Ellen aquí ha hecho escuela)

Así que correr se me antoja la mejor de las opciones mañaneras. Cielo, asfalto, esfuerzo y horizonte.

Hoy tengo cuerpo de día después y me pregunto por qué soy tan permeable a la pasión, por qué no me fijé antes en ese héroe llamado Cortois y por qué Xabi Alonso, ese bello ejemplar de hombre, parece haber nacido dentro de un traje de Emidio Tucci. Ayer el espectáculo era él en la grada sufriendo, abrazándose al de al lado o besando su cabeza como un Papa, aplaudiendo o concentrado en el tictac de un reloj que parecía mostrar la entrada en el infierno y al final fue la gloria.

Claro que esto último yo ya no lo vi, sepultada entre mis tapones y un relato terrorífico de Alice Munro que encontré mucho más llevadero que la tensión del partido. ¿Llevaré a una hooligan dentro?

Salgo a correr y luego a votar, lo tengo claro. La voz de Manolo Escobar me da alas.