La novia del mar

Anoche me despertó un torrente de palabras y cuando quise atraparlas se escaparon, veloces. Creo que los que dormimos mal montamos guardia para sorprender al intruso y hacerlo nuestro de madrugada. La vigilia es la noctilia de los cazadores de letras.

Otros encaran la noche que es la muerte como una mala pasada con solución ceremonial. El sábado, en la boda de mis queridos M. y A., la hermana de la novia leyó unas palabras en las que recordaba cómo, cuando eran pequeñas, A. tenía pavor a la oscuridad y le decía: “Qué ganas tengo de casarme para no volver a dormir sola”.

(Voilá)

Toda la familia y los amigos llorábamos de emoción frente a una playa cantábrica que acunaba las palabras de O. con vaivenes de agua y sal. La lluvia se detuvo tras horas de caer, impertinente. Casarse así debe garantizar un amor eterno, pensé. Cuando vengan mal dadas vuelves al lugar exacto donde prometiste que no te escaparías, y respiras fuerte y corres salvaje por esos acantilados que quieren ser montañas. Y la pesadilla se habrá ido con la bruma.

Si te casas frente al mar, mi niña A., no hay temor ni escapatoria. No hay más allá que un horizonte gris, el infinito matemático de tu infancia. La ruta de Cavafis. Las manos de ese hombre que te quiere rodeando tu cintura: No te vas a caer, yo te recogeré.

(Qué ganas tengo de casarme para no volver a dormir sola, decía ella).  Y el genio de la lámpara le concedió el deseo.


Fin del cuento
 
Pero algunos duermen juntos y están solos, y se sobresaltan cuando tropiezan por azar con el pie derecho del que respira al lado.  Enterrar la intimidad en un cuadrilátero tan breve me parece temerario si hay heridas. Algunos van al colchón como a la guerra, y forcejean ansiosos y después se dan la espalda y es una imagen tan triste que se vuelve pesadilla, y al despertar el otro cuerpo sigue ahí, y no hay salida.

A veces el desamor vence por K.O. y huye a la habitación de al lado.

Puede, mi querida A., novia blanca, feliz y confiada, que el amor sea saberse acompañado aun sin compartir la cama. Estirarse en el colchón y notar una presencia que te calma justo cuando despertaste estremecida en medio de la noche. Y darse la vuelta, y volver a entregarse al sueño tibio.

Amar es no volver a dormir solo.  Tienes toda la razón, y aún no has cumplido 30 años.

(Y durmieron felices, y comieron perdices…)