A lo largo de la vida uno va acumulando manías. Por ejemplo, mandar. A mí me sale solo, con una fluidez que da miedo, y aunque siempre puedo decir eso de “procedo de una larga estirpe de mujeres con vis militar pero sin mando en plaza”, no cuela del todo como excusa.  En el fondo siempre he suspirado por ser una de esas tiparracas que parecen sometidas pero llevan la batuta bien resguardada y de tapadillo. No suben ni medio tono la voz, pero logran sus propósitos sin cimentar esa fama de sargento tan poco sexy si no estás tan buena como la teniente O´Neill.

Conocí a una mujer que teledirigía a su familia entre susurros, como El Padrino. No contenta con guiar sus destinos profesionales, boicoteaba a las novias de sus hijos sin pronunciar jamás una frase vejatoria contra ellas. Un leve gesto, un mohín apenas apuntado con los labios, era suficiente para que su idolatrado vástago comenzara a dudar de sus sentimientos. Al cuarto mohín el niño ya la veía más fea, menos interesante, y dos semanas más tarde la chica desaparecía dejando un inquietante rastro de nada. Tan profundo que se nos olvidaba hasta su nombre y, si alguna vez surgía en una conversación, decíamos cosas del tipo: “¿te acuerdas de la morenita esa que se tiró en plancha a por la vaquilla en las fiestas del pueblo?¿Cómo se llamaba? ¿Teresa?¿Jacinta?”. Y así…

La crueldad de la desmemoria, la condena a ser una referencia absurda en una reunión familiar, me parecen mucho peor que las instrucciones que les doy a las chukinas entre andares marciales desde que abren el ojo: “Desayunen, ¡ar!”, o “quítate esos churretes de la cara, a la de YA”. El problema es que ahora me dicen que parece que mando aunque haga frases enunciativas, del tipo: ¡qué playa más increíble, chitinas, vamos a bañarnos!, y ellas protestan porque consideran que o se tiran al agua helada o las pondré a hacer flexiones como Richard Gere en “Oficial y Caballero”, esa película hipermachista donde la mitad de la población femenina -mosquitas muertas, sobre todo- suspiraron por ser sacadas en volandas por un  macho Alfa mientras las chicas de la fábrica aplaudían.

La mandona con pedigrí que da con un machista compone uno de esos chistes de ¿cuál es el colmo de los colmos? Pues el colmo de los colmos de una mandona es no tener ejército disponible al que mandar. Y también tengo casuística al respecto, como cierta mujer que tras perder el poder familiar se encontró tarareando el himno de la Legión en la cafetería de enfrente de su casa, mientras el camarero le ordenaba que moviera los pies porque no podía barrer debajo de la mesa.

Kerouac y Ginsberg

Y si alguien se pregunta que a qué viene todo esto, diré a que las vacaciones deberían ser el momento de entregar el bastón de mando y dejarse llevar. Que toda dominanta aspira a ser llevada en volandas con mucho cariño y sin manual de instrucciones por un Richard Gere metrosexual que no machista. Y que si me entreno creo que podré llegar a ser la chica sumisa que siempre soñé, cuando leía sin parar libros de Pear S.Buck y ser geisha me parecía el colmo del glamour aspiracional.

p.d. Abandoné el libro “El sistema Victoria”, de Éric Reinhardt,en un hotel tras comprobar que era un BODRIO. Ella es una mujer poderosa, directora de recursos humanos, que se lía con un arquitecto venido a menos y casado con una histérica. Sus encuentros sexuales en hoteles de lujo están descritos con profusión de adjetivos (o sea, él siempre está “empalmado,” y los pechos de ella requieren un estudio anatómico aparte, porque la ciencia sería mucho más prolija que este autor francés al que no tenía el gusto de conocer) Por algo dejó de editarse el premio Sonrisa Vertical. La imaginación calenturienta pocas veces deviene alta literatura. Menos mal que tengo ya las “Cartas” de Ginsberg y Kerouac(Anagrama) para atacar en la orilla de algún acantilado. Esos sí que hacían de la fellatio un deslumbrante texto cargado de drogas y esencias lingüísticas).