Los niños son malvados y crueles mientras no se demuestre lo contrario.

-Que sepas que vas a jugar poco o nada. Tú verás.

A Minichuki algunos enanos de su edad no la quieren en la liga interna de fútbol del colegio, y así se lo han hecho saber. Es niña. Ser niña no sólo es un obstáculo en el tercer mundo. Eso sí, allá las matan, incluso antes de nacer. Aquí sólo las putean para que se rindan. Tienen suerte.

-Mamá, no vayas a hablar con nadie, he sido yo la que ha dicho que se va. Si el capitán me deja todo el rato en el banquillo para qué voy a estar en el equipo…

(El huracán de Filipinas se llama Yolanda. Tengo la sensación de que los huracanes y tornados suelen llevar nombre de mujer. ¿Las mujeres somos fuerzas de la naturaleza, irracionales, incontenibles, destructivas?)

Vuelvo indignada del patio del colegio. Le cuento a mi adolescente lo sucedido y que me han dado el nombre del último responsable de esos desmanes. Me dice que sí, que hay un profesor del colegio machista y despiadado. El mismo que, cuenta, les hacía dar saltos mortales sin rechistar aunque les aterrase. Nosotras pasamos por urgencias y lo conté en un post. Otra compañera se dislocó el hombro. “No valéis para nada”. Me enciendo, siento no haber estado más atenta cuando le daba clase hace un par de cursos. Recuerdo a aquel cura, en mi COU: “Esas que vienen en chándal moviendo los traseros como flanes”.  No hemos progresado tanto. Nos siguen atropellando. Los niños del patio del colegio se sienten más fuertes, más listos, más capaces. Los discursos calan como esa lluvia persistente y fina. Orballu letal.

Minichuki, juro que soy madre cicatera, es buena jugando al fútbol. El sábado, al terminar el partido, los otros padres se acercaban con la mano tendida. “Clara es la mejor”, me dijo uno de ellos. Me sentí orgullosa. Pero eso no alivió mi amargura. Hay dos discursos. El de la superficie pulida e impoluta  y el de las corrientes subterráneas, negras, turbias. Ese que sigue ahí, inalterable, concienciando a mi hija de que ser niña es partir con desventaja.

Me pregunto si la coquetería y manipulación extremas de algunas mujeres son herramientas de defensa en la desigualdad, un pataleo reprobable, y asumo que seré dilapidada dialécticamente, tal vez con razón.Trampas que tienden para avanzar en un tablero que a veces es tan hostil. Ellos también manipulan, también coquetean, desde luego. La víctima quiere ser verdugo y tira de arsenal ligero.

Detesto a las mujeres que utilizan las llamadas “armas de mujer”, fórmulación en sí machista. No soporto a las que quieren colarse con un batido de pestañas. La “literatura femenina” es una trampa venenosa oculta en un enunciado probable. Un coladero de mediocres, tantas veces. Las cuotas, lo siento, son un boomerang que a veces te sacude en toda la cara, aunque entiendo su utilidad para evitar atropellos mayores. Me fastidia que la entrada de una mujer en la Academia sea más noticia porque es mujer. Me duele que las políticas más lerdas se conviertan en chistes de éxito (yo misma me sorprendo atacándolas con saña, como si no hubiera lerdos). Y que para muchos, aún sin pronunciarlo, estemos condenadas a reinar en el territorio blando e invisible de la intimidad. Con sus arenas movedizas. Con sus limitaciones.

-Hija, ten claro que las chicas somos tan capaces como ellos.
-No, mamá, somos mejores.

Minichuki tiene once años, 140 centímetros de determinación y juega al fútbol que te cagas. Está en esa edad intermedia en la que las niñas le parecen cursis porque quedan para hablar y ella prefiere dar patadas a un balón. Está en esa edad maldita en que los niños se empiezan a sentir superiores y a dar por hecho que una niña es un ser menor que queda para hablar y hace bailes en el patio. En un par de años pasarán del menosprecio al cortejo, pero con todos los mensajes del menosprecio consolidados.

La educación es cosa de todos. El lenguaje, el arma más mortífera. Los límites que nos ponemos muchas veces tienen su origen en los inocentes juegos del patio del colegio. Estemos aten@s.

Y por lo que a mí respecta, mi hija va a jugar al fútbol aunque tenga que buscarle equipo en Finlandia. No hay límites, cariño. Nos los ponen. Y a veces los asumimos.

PD. Busco y leo:
A finales
del siglo XIX un meteorólogo australiano comenzó a darle nombre a los
tifones con nombres de mujeres. Esta costumbre se afianzó entre los
meteorólogos y predictores de la Navy de EEUU durante la Segunda Guerra
mundial en la batalla del Pacífico.


Realmente
fue esta costumbre americana la que se instauro de forma definitiva a
mediados del siglo XX. Se prefijaban nombres femeninos de antemano para
nombrar a los huracanes y tifones de cada temporada.


No fue
hasta 1978 y 1979 cuando se dio nombre masculino y femenino a los
tifones del pacífico y huracanes atlánticos, respectivamente.