Busco a quien me recomendó un libro titulado “El tiempo incómodo”, de Fernando Quesada. No recuerdo por qué debía leerlo, ni de qué iba, pero lo apunté en una de esas notas apresuradas en el móvil donde mezclo referencias, recetas de cocina que nunca haré y frases capturadas al aire.

La de Quesada convive con “a esta hora no tengo el coño para arte contemporáneo“, de mi querido U. (naturalmente) Desde que U. está irritado ha cambiado el registro anatómico genital del exabrupto y se concentra en el asunto femenino por razones obvias. La extrañeza es la mejor coartada para arremeter contra algo sin que te duela. Como U. carece de coño, con perdón, lo emplea como arma verbal arrojadiza y se queda tan ancho. Las mujeres a su alrededor se lo permitimos porque le queremos y porque jamás nos ofende. Su bonhomía y su genio erudito y divertido nos distraen de lo que dice.

En mi arsenal de las notas perdidas hay un “elegí el día más triste de mi vida para hacerme una foto de fotomatón“. Recuerdo haberlo escrito en el autobús, camino del colegio de Minichuki, mientras el señor a mi derecha estiraba el cuello como un avestruz para fisgar entre mis dedos. Desde que la intimidad se la juega en una pantalla estamos rodeados de mirones que prefieren el plasma a tu escote o tus rodillas. En adelante habrá que patentar  la figura del rijoso digital. La versión actualizada del cerdo de la gabardina.

Con mi amigo B. fiesta daliniana de fotomatón

Me pregunto por qué las fotos de fotomatón siempre te devuelven tu cara en versión delincuente. La que tendrías si la poli te hubiera detenido atracando a un menor a la salida de un colegio. Y esa es la que te condenan a llevar en el DNI y el pasaporte durante una década. Hace unos días, cuando renové mi documentación, obligué a la fotógrafa a repetir el retrato dos veces porque me veía horrorosa.

-Mire, es su cara y además no es tan importante (en realidad quería decirme ¿qué se cree, rubita, que esto es para la portada del Vogue?)
-Ya, sí, pero es que he salido con cara de la Dulce Neus tras el  homicidio y la foto la voy a enseñar en muchos aeropuertos de aquí a dos lustros. No quisiera que me detuviesen…

La fotógrafa se encogió de hombros y procedió a repetir la faena. Sus dos intentos posteriores fueron tan fallidos que elegí la primera. Sentía toda su furia sorda concentrada sobre mí y me dio miedo de convertirme en esa señora que soy yo ocho veces repetida y que me mira con cara de venganza desde un DNI que no pienso enseñar a nadie que no lleve un uniforme y pueda detenerme por desacato.

Mi amiga M. obligaba a su marido a alejarse de la cámara en el último verano antes de morir él por sorpresa: “Más atrás, más atrás, que a estas edades cuanto más lejos, mejor”. Él, aún en la cincuentena, obedecía sin rechistar y a veces hacía un comentario con ese humor suyo tan británico de Valencia. Las fotos de aquel verano fueron las de su último verano, y ningún fotomatón hubiera reflejado tanta satisfación por la vida.

Desde entonces, al acto de alejarse del objetivo para evitar los estragos del primer plano lo llamo “hacerse un Juanjo”.

Esta anotación ha estado escrita en mi móvil desde hace meses, a la espera de una oportunidad. Del permiso de esa torre de control que dirige el tráfico de la cabeza de esa mujer extraña que duerme en mi cartera y me asusta y me interpela cada vez que extraigo el DNI.

P.D. Busco en la red “El tiempo incómodo”, de Fernando Quesada, y al parecer no existe. Ahora sí que estoy tan perpleja como la de mi foto.