Mi querida Big-Bang:

Ayer fui una chunga desabrida y dios me castigó. Todo mi pasado judiocristiano se volvió contra mí con furia, y me lo tengo merecido. Necesito confesarme porque dejé de hacerlo hace un par de décadas, me temo, pero si no expío mis culpas con un ritual seguiré arrastrándolas como Segismundo sus cadenas. Amén.

La culpa es la peor de las compañías posibles. La única con la que no te puedes ir de copas.Con la envidia es incómodo, pero tiene un pase. La lujuria se presta a la perfección, y un ataque de ira en un bar design es lo que mola. Te da cierto aire de malditismo temperamental muy de rubia despechada, lo que soy.

Pero la culpa es esa tipa que te importuna cuando te lo estás pasando pirata, buscando roña por los bajos de tu cama. Tú sales de casa calentita porque las chukis han dado por saco algo más que lo que marcaba el guión. La adolescente, muy metida en su papel, ha dejado en su sobrectuación el cuarto lleno de ropa tirada por el suelo, toallas con retortijones y restos varios, y la otra ha perdido en dos semanas chándal y jersey del cole, lo que vienen siendo 80 eurazos del carajo. Y sí, ahí me sale la vena maruja y pienso en seguir los consejos de J, y venderlas por órganos.

Insisto, yo salí quemada de aquella casa infierno, cogí la bici y pedaleé con furia, mientras la enana me seguía a duras penas con su mochila gigante y la gente nos miraba con cara de “esto es es el mundo al revés, la madre tan pancha con la bici y la pobre niña aplastada y con la lengua fuera”. Pues sí, señora, y que dé gracias al cielo porque le permito ir calzada, que en otro tiempo hubiera ido descalza y con grilletes, como las beatas del Cristo de Medinaceli.

Tras dejar al bicho en su jaula educativa proseguí, y al poco se me salió la cadena. Con mi habitual previsión, no llevaba un (puto) kleenex en el bolso, así que volteé la bici y me llené de ponzoña mis manos. Fue la primera parada de un vía crucis sangriento.

La bestia que me habitaba no había tenido suficiente, y a mediodía volvió a subir en la máquina infernal hacia casa de J, que me preparaba unos manjares que especifico, a modo de homenaje: confit de pato con guarnición de boletus y huevo hilado. El apoteosis del placer. Pero claro, si llegas cargadita, se te sale la cadena y te quedas atrapada en el ascensor de su casa, sudando tu modelazo, y el tipo no te sale a buscar es porque no te echa de menos; o sea, que prefiere mimar el (puto) confit que rescatarte de una muerte segura por asfixia. Así que forcejeé a solas en el (puto) ascensor, hasta que la (puta) bici se avino a salir del habitáculo. Y entré en esa casa componiendo un gesto de rabia que ni la niña del exhorcista. Ya podía estar bueno el confit.

Lo que sigue era tan previsible como una de vampiros de Carpenter. Me cargué la cadena y su cubierta, casi vomito el confit y llegué hecha unos zorros a mi guarida de cristal, donde sentía cómo las otras fieras se me acercaban con precaución. Hoy pretendo hacer tabla rasa y expiar mi culpa a manotazos. La penitencia esa de los avemarías espero cambiarla por servicios a la comunidad, cono hace Naomi Campbell cuando estrella sus móviles contra el servicio. Y aquí paz, y después gloria.