De “Último verano en Escocia” (What we did in hour holiday) sólo me gustaron cuatro  cosas: Escocia y esa luz que regala unos atardeceres con colinas verdes de postal, de los que disparan ese resorte mental de “yo quiero estar ahí”, el abordaje de la familia como un laberinto negro de cuentas pendientes, envidias y frustraciones, pero también ternura: la belleza nívea de Rosemund Pike y el tratamiento de la muerte del abuelo.

El abuelo muere y ya está. No hay lágrimas. Los niños de la casa -mucho más brillantes y libres que los adultos (me recuerda de lejos a Moonrise Kingdom) hacen con él una ceremonia fúnebre vikinga. Y ya está. Uno está vivo y otro día está muerto. Ya está. Como pasa un plano al siguiente en una película.

Ayer quise despedir los planes de chicas con I. yendo al cine. Ella desde muy pequeña me decía la frase “jo, siempre haces planes interesantes con gente interesante” cuando llegaba el domingo de estar con su padre y yo le contaba lo que había hecho. Esta semana mano a mano antes de su partida he intentado ser interesante para ella, como homenaje desagraviante a esa fantasía de lo que hace su madre cuando ella no está.

-¡Me ha encantado la película! ¿Y a ti?
-Ummm…

Me sentí en la tesitura de darle la razón, porque sin duda ella iba a agradecer una coincidencia con la presunta interesante, o explicarle los motivos por los que la comedia me parece regulera. Más propia de cine de verano con perrito caliente y una cerveza que de sala en versión original, como era el caso. Con los títulos de crédito en pantalla  y una banda sonora envolvente y retadora nos dirigimos con determinación a la salida equivocada -daba a un laberinto en las tripas del cine de donde sólo podía salir alguien con malas intenciones- y mi hija soltó un “ya estamos perdidas, como siempre” que me libró del apuro de pincharle el globo de la película. 

Guilleume Canet

Después, buscamos una terraza/sauna y nos pusimos bien de sepia a la brasa.

Hoy pienso que no están nada mal los mensajes de “Último verano en Escocia”. Pero sí los personajes tan previsibles y esquemáticos. Caricaturas de lo bueno (la creatividad, la libertad, la determinación) y lo malo (la avaricia, el postureo, el desamor).

Que si tuviera que indultar a uno de ellos sería la hija mayor, que no suelta la libreta donde apunta todo lo que oye y todo lo que ve, como una trinchera desde donde protegerse del mundo de los padres que pelean y mienten y fingen.  O su hermano, que (también) se protege con un casco y una espada e invoca a Odín como a un dios necesario. O la más pequeña, que en lugar de edulcorados peluches lleva en la mochila una piedra y un trozo de hormigón. Artillería pesada contra el enemigo adulto.

Y pienso que Win Wenders habría hecho con los mismos mimbres una buena película. Más ácida, mejor dialogada. Sin ese final precipitado donde una pareja que se acaba de divorciar y se odia pasa a abrazarse en una playa sin que te enteres de en qué momento hubo un quiebro que lo justifique.

Y creo que antes de dejar a I. en ese tren voy a decirle por qué me parece que la película es mediocre, aunque entiendo que le gustara. Y, ya de paso,  que yo también quiero una muerte sin duelo. Una ceremonia a pie de mar, quizás en esa Escocia que es Asturias, donde ella y su hermana lean palabras de escritores que cambiaron mi vida. Y haya baile y bebidas y aperitivo generoso.

Una fiesta llena de gente disfuncional y libre, que no se rinde al guión de lo que se espera de ella. 

P.D.Creo que Guilleume Canet también hubiera hecho mejor esta peli. Tal vez en la Landas. Ese otro lugar al que quiero cuando sueño en una butaca de cine.