El ministerio de Sanidad se ha propuesto financiar los tratamientos de fertilidad sólo a parejas heterosexuales. Las mujeres solas no deberían ser madres porque condenarán al niño a una infancia de Dickens sin una figura de autoridad.

La Duma rusa acaba de aprobar una ley que impide a los homosexuales adoptar, y para asegurarse de que no se le cuele ni uno, también a mujeres solteras de países donde el matrimonio gay sea legal. Es muy probable que cunda el ejemplo y otros países decidan lo propio.

Mi amiga M. ha tenido que jurar siete veces que no es lesbiana para avanzar en su proceso de adopción en el país de Putin.  Ahora tiembla de pensar si el ruso que llegó del frío va a cercenar sus anhelos, después de una carrera de obstáculos agotadora donde sólo resisten los que desean ser padres y madres con todas sus fuerzas, con todo su corazón y provisiones en sus cuentas corrientes.

Corren malos tiempos para las mujeres sin pareja. Las divorciadas estamos en un ay! porque quizás, siguiendo esta ola, mañana nos pongan pegas para que nuestros hijos entren en un colegio o compitan en su equipo de fútbol. Ya se sabe que un partido necesita de padres vociferantes. Testosterona endiablada que maldiga al árbitro y a toda su estirpe.

Una mujer sola es una amenaza. Una mujer sola y lesbiana, una constatación de que la naturaleza a veces se equivoca. El coco malo del cuento. Nos creíamos modernos, contemporáneos, transgresores. Zapatero, ese hombre espectro que fue presidente antes de ayer del que nadie se acuerda, gobernó tirando de talonario social y nos hizo creer que éramos superprogresistas. Pero hecha la ley, hecha la trampa. El magma que fluia por debajo olía a naftalina. Y los tiempos de crisis predisponen a arriar las velas, volver a los ¿valores? tradicionales y apuntalar la familia que reza unida, aunque se mate según se levanta de la mesa.

Peligro, mujer sola

La historia se repite y se explica en un gráfico con ondas que suben y bajan.  Cuando llegan las crisis se rearman los ejércitos, se llama a filas a los padres y a las madres y se organizan cenas donde solo se admiten parejas heterosexuales. Que se amen o no es secundario si exhiben un libro de familia cual cartilla de racionamiento. El salvoconducto de Miguel Strogoff. Papel mojado que de repente cotiza en bolsa. (Una bolsa de basura, pero nadie se da cuenta)

Soy mujer, divorciada y madre. Heterosexual, mientras no se demuestre lo contrario. Tengo una hija futbolista de diez años a la que pienso ir a animar al patio cada sábado, llueva o nieve, sola o con la compañía su padre. Tengo otra hija adolescente que acoge amorosa a sus amigos gays y deja que le acaricien el pelo. Tengo dos amigos gays a punto de ser padres que no duermen de excitación, y algunas amigas hetero que han decidido ser madres cuando el reloj biológico espaciaba su tictac y empiezan a verse caducas y a veces lloran.

Me siento afortunada porque la maternidad ya es una casilla cubierta en la rayuela de mi vida, así que no pasaré por ese calvario de someterme a tratamientos de estimulación ovárica, sufrir esos vaivenes enloquecidos de las hormonas y contener la respiración ante el Predictor. Fumata negra o fumata blanca. Tampoco me va a tocar arruinarme en un viaje a los confines del mundo para ofrecer mi amor y mi palabra a un niño, a una niña, no sin antes jurar ante un juez que me acuesto con un hombre, no con una mujer. Y que por eso merezco ser madre.

Nos están diciendo que la paternidad, que la maternidad es un premio que otorgan las autoridades en una tómbola trilera. Solicito que, en justa correspondencia, alguien con toga y birrete ordene unas pruebas de idoneidad para parejas hetero casadas como dios manda. Un test que sólo pasarán los padres y madres que se amen, que garanticen un nido seguro y solvente. Libre de incoherencias, inconsistencias y malos ejemplos. Oxígeno puro no contaminado.

Me temo que no aprobaría casi nadie. Quizás ese sea el fin de la especie humana. Los nuevos dinosaurios extinguidos somos nosotros. Hagamos algo. Pronto. Ya.