Los padres que hemos superado ese momento de playa con bebés, carrito, pañales y biberones miramos con compasiva condescendencia a los que aún están es esas. Parejas que llegan resoplando y se pasan la mañana en un metesaca incesante de utensilios de esas bolsas enormes que te venden con el kit padre obsequioso. Lo más desolador no es comprobar que cuando parece que el trasiego da un respiro, cuando el bebé está limpio, alimentado y tranquilo, va y se le cae el chupete a la arena, sin que los papás apenas han cruzado en toda la mañana más conversación que los informes relativos a la crianza y sus contornos:

-¿Has traído las toallitas húmedas?
-Nooo, te dije que las cogieras tú!
-Yo estaba buscando la crema protectora y el agua mineral.
-Sí, pero a mí me tocaron la sombrilla y los dodotis.
-Vaaaaale, amor, ya vuelvo yo al hotel, si eso…
Durante unos años una pareja es un comando más o menos organizado al que solo le falta el uniforme de combate. Se dan órdenes precisas, pegan gruñidos y rivalizan en hacerse los locos cuando el pequeño tirano amenaza con una demanda nueva. Si no son los dientes -que les están saliendo- es el cólico y si no la caracola con bicho que se han metido en la boca mientras la madre echaba la crema solar por la espalda peluda del padre. Pasión y erotismo no habrá, pero proyecto, a tutiplén.
Y un proyecto, como es bien sabido, es aquello que permite la supervivencia de la especie humana en pareja. Superada la fase A, de sexo y desenfreno, algunos necesitan una boda, y después estímulos lactantes. La observación conjunta de los primeros gateos y, de paso, socializar con otros de su especie a la velocidad de la luz.
-¿Qué tiempo tiene? (pregunta absurda donde las haya a la que yo respondería con un: “bochornoso, amenaza tormenta”)
-Seis meses prácticamente…dice la feliz mamá, como exhibiendo sus galones.
-¡Qué monada!
Y sí, la monada es un primor con babas y mocos que ha dormido justo en la habitación de al lado, y aunque tú, previsora, te has amortajado con antifaz, tapones y algún medicamento paralizante, Minichuki anda mosqueada porque se fue a la cama a pelo.
-Ese bebé ha llorado, mami.
-Suelen hacerlo (lacónica).
-Pero nadie le mandaba callar.
-Recuerda que cuando yo te amordazaba de pequeña vino un día la poli y me reconvino…
Las madres que tenemos chukis en edad de vestirse solas, ir al buffet del desayuno y ponerse sus tostadas o salir a cazar lagartijas sin escolta adulta damos gracias al cielo por la teoría de la compensación. Sí, tu estarás menos tersa, pero a cambio vives como una reina y la playa vuelve a ser ese lugar idílico donde desplegar el periódico o el libro, cerrar los ojos y fantasear con imágenes de alta intensidad que se han quedado a vivir entre la cuarta y la quinta neurona.
Padres y madres del mundo, parejas desesperadas que andáis de maniobras permanentes con vuestros pequeños monstruos colgados del cuello. Sabed que vendrán tiempos mejores y que es posible que mucho antes vuestra pasión se seque por el camino. Que hay sexo más allá de las noches en vela, pero también que ningún cirujano podrá reconstruir el delicado tejido que os ha roto la crianza. Eso que nos venden como una fase idílica de la vida y que en realidad es la prueba de fuego de la resistencia humana.
Y que las vacaciones son un infierno envuelto en papel celofán si no te ríes cuando regresas al hotel, resudado y con tierra pegada a las rodillas, para buscar el chupete de silicona marrón sin el que el jodío niño no se duerme.
¡Qué gusto tener Chukinas mayores  que te miran en biquini el primer día de playa y suentan: “Mami, para la edad que tienes estás cañón!. Y tú las miras de reojo y piensas: “el chupete, que lo sepas, lo iba a buscar tu padre, que yo ya me veía venir estas deslealtades de lejos…”