Minichuki quiere mantener su identidad, pero le cuesta. Ayer estaba triste porque ya no puede llevar coleta. Un viejo episodio de colegio se lo impide. “Se volverán a reír de mí”. Minichuki tiene una radiante personalidad, pero se arruga ante el rechazo.  Le sugiero que practique la indiferencia con esas que quieren meterla en el redil de la vulgaridad. Me dice que defina “indiferencia”.

-La indiferencia es la madre de la ciencia.

Me gusta leer a los tipos sabios, a esos que han reflexionado a contracorriente. Ayer, ya lo comenté, adoré a Daniel Libeskind tras leerle en EPS. Su biografía no ha sido fácil, sus antepasados sufrieron en un campo de concentración, no firmó un solo edificio hasta cumplidos los cincuenta. “No quería depender de nadie”, explica él.  

La independencia a veces retrasa poderosamente las intenciones, pensé. Es mucho más fácil subirse a carro ajeno que lanzarse solo a buscar en el desierto un pozo de agua para construir. Creo que los buenos arquitectos son los humanistas más completos. Detrás de cada trazo hay una reflexión, una manera de entender al ser humano y a su tiempo. Sólo unos pocos consiguen eso que se llama posteridad. Lo que Libeskind llama el mejor juez. A otros, los años los colocan en la vitrina del espantajo. Con edificios grotescos que en su día, sí, reclamaron todos los flashes y todas las alabanzas.

A Minichuki la única arquitectura que le interesa es la que yace en el baúl de sus disfraces. En su intento de ser ella misma se viste cada día de algo indescriptible, pero con cierto sentido. Ayer era un sombrero negro, unas gafas 3-D, americana y jeans cortos más sus eternas zapatillas negras de deporte. El detalle final, una pistola de luces amarilla con la que fingía ser un agente secreto a la caza de los malos.  Cuando miro a esa niña ser quien imagina cada día pienso que ese es el secreto. Que un disfraz de princesa está a años luz de ese look de rockero con un mal día que seguramente no repetirá. “Tengo tantas cosas en el baúl!”.

Daniel Libeskind

Los arquitectos tienen un baúl lleno de infinitas posibilidades y las prueban. Con desigual fortuna. Libeskind toca el acordeón y asegura de practica la música en la arquitectura. También que plantó a la reina de Inglaterra porque no le gusta salir ni practicar el networking. Ahora se afana en el nuevo World Trade Center, pero muchos seguirán recordándolo por el Museo Judío de Berlín.

“He hecho ya muchos edificios. Tengo experiencia en bastantes cosas pero no soy un experto en nada y eso invita a reinventarse. Trato de descubrir cosas nuevas en todo lo que hago”. 

Me encanta este tipo y sus palabras me parecen una buena forma de arrancar el lunes. Sin mediocridad ni disfraces de princesas.